De frenos y contrapesos John Adams, quien se convertiría en el primer vicepresidente y segundo presidente de los Estados Unidos de América, escribió una carta a su compañero Richard Henry Lee, quien a su vez sería el primer senador por el Estado de Virginia, en la que afirmaba: Un Poder Legislativo, uno Ejecutivo y uno Judicial abarcan el todo de lo que significa y se entiende por Gobierno.
Es equilibrando (ballancing) cada uno de estos Poderes contra los otros dos, que el esfuerzo de la naturaleza humana frente a la tiranía puede solo ser controlado (checked) y contenido (restrained) y cualquier grado de Libertad preservado en la Constitución. Lo escribió en noviembre de 1775, en plena guerra de independencia de las colonias contra el Reino de la Gran Bretaña.
Como todos sabemos, los colonos (ahora excolonos, ciudadanos de plano) consiguieron su independencia, vivieron algo más de 10 años con una unión ligera (la Confederación) entre las 13 excolonias y dieron paso a una república federal formada por 13 estados unidos. La constitución que se dieron como suprema ley consagraba esos controles y equilibrios, o límites o frenos y contrapesos, de cada poder frente a los otros dos.
México, que después de largos años de disputa entre los conocidos como liberales y conservadores durante casi todo el siglo XIX, acabó, con el triunfo de los liberales, adoptando modelos parecidos a los de los estadounidenses, pero con periodos en los que estos mecanismos no eran realmente efectivos.
Durante el largo pela laraga etapa de predominio del PRI y sus antecesores, el presidente, legalmente solo jefe del poder ejecutivo federal, tuvo el control de ambas cámaras del congreso (que aprobaron todo y solo lo que el ejecutivo les enviaba), del nombramiento y las resoluciones de cada miembro del poder judicial, así como de todos los gobernadores, las legislaturas y los poderes judiciales de todos los estados de la unión.
Ese control empezó a declinar, poco a poco, pero, sin duda, ya no era una realidad hacia 1988, cuando llegó al congreso una oposición real, bajo las siglas del PRD. Desde entonces, la autonomía de los poderes fue creciendo, al tiempo que empezó a haber gobernadores opuestos al poder presidencial o, al menos, de un partido diferente al de este. La creación de órganos autónomos, particularmente el Instituto Electoral, así como el garante del derecho del público a la información pública y la mayor independencia de los ministros de la Corte, fueron incrementando los controles de la sociedad sobre el poder político y asistimos a su franco crecimiento durante las primeras dos décadas del siglo XXI.
Esa etapa ya terminó. No para ir hacia adelante, sino en una vuelta a las características del régimen durante el priiato. Hay mentes que han militado en la izquierda, que justifican los cambios con dos argumentos: a) lo que hoy tenemos ha sido voluntad del pueblo; y b) todo se justifica porque favorece a las masas olvidadas o ultrajadas por el régimen anterior.
Todo lo veremos muy bien hasta que, frente a un abuso del poder no haya a quién recurrir. Y ya no hay a quién.