La elección de un Papa, líder de la Iglesia Católica Romana, la religión que agrupa a más seguidores en el mundo, es el proceso electoral, con continuidad hasta la fecha, más antiguo y del que, además, se guarda registro.

El número de los que participan en él con su voto es pequeñísimo, en comparación con el tamaño de la agrupación sobre la que regirá el Sumo Pontífice, jefe del Estado de la Ciudad del Vaticano. Solo votan los cardenales y de estos, se excluye a los mayores de 80 años al momento de iniciar el proceso. Los que participan en esa asamblea electoral, siguen estrictas normas. Ha habido diversos ordenamientos a lo largo de estos más de dos milenios, pero siempre se ha exigido sigilo acerca de lo que ocurre dentro del recinto cerrado con llave (cum clave, en latín): el Cónclave.

Es notable que sólo hasta la “constitución apostólica” emitida en 1996, se prohibieron dos métodos de elección poco democráticos: la aclamación “espontánea” y el voto por compromiso, mediante el cual un grupo de electores confiaba a otro su voto. Hoy solo es legal el voto personal, directo y secreto.

Como en todo proceso electoral campea la política: hay cabildeos, alianzas, rencillas, influencias de grupos de poder y negociación de votos, aunque sus reglas y mecanismos se esfuerzan por moderarlo. Como siempre que se exige una mayoría calificada para declarar al ganador (dos tercios, en este caso), normalmente se requieren varias rondas de votos. Pero solo 4 por día y hasta después de 4 rondas de 7 votaciones cada una, si nadie hubiera alcanzado la mayoría requerida, los elegibles se limitan a los dos cardenales con más votos y la exigencia se reduce a mayoría absoluta (la mitad más uno). Con mucha frecuencia, el elegido no es ninguno de los más populares antes del cónclave, sino alguien en principio poco esperado.

El proceso es ejemplificado con elegancia en el filme Cónclave (Edward Berger, 2024). En él, sobresale el discurso del Decano —quien por norma preside el proceso—, Cardenal Lawrence, magistralmente interpretado por Ralph Fiennes (La lista de Schindler, El paciente inglés).

Dice (en traducción libre):

El regalo de Dios a su Iglesia es la diversidad. Después de años de servicio, he aprendido a temer un pecado más que cualquier otro: la certeza. La certeza es el gran enemigo de la unidad. La certeza es el enemigo mortal de la tolerancia. Ni Cristo tuvo certeza al final. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” —exclamó a la hora nona, en la cruz. Nuestra fe es algo vivo, precisamente porque camina mano a mano con la duda. Si solo hubiera certeza y no duda, no habría lugar para el misterio y así, no habría lugar para la fe. Oremos para que Dios nos conceda un papa que dude. Y dejemos que él nos conceda un Papa que peque y que pida perdón y siga adelante.

En efecto, la duda no es solo el principio de todo nuevo conocimiento, sino el de la convivencia. El dogma da seguridad, porque está cerrado a lo nuevo, a lo diferente. El que está muy seguro en su postura, desprecia la diferencia. Y con ello, se cierra a la riqueza del mundo y de nuestra especie que, como todas las otras, muestra variedad de versiones, todas ellas parte del caleidoscopio humano.

A esta variedad, en política, la reconocemos como pluralidad. La pluralidad no conlleva perder la unidad, sino que la hace valiosa, real, auténtica. La uniformidad no permite la expresión personal, la rechaza.

En estos tiempos de intolerancia, de rechazo al pensamiento diverso desde del poder, de persecución a quien piensa diferente, a quien es diferente, particularmente en el centro del poder mundial, qué bueno sería admitir que todos cabemos en la misma nave, salvo quien se empeña en destruir.

(Advertencia de spoiler):

El final ha disgustado a algunas personas, precisamente porque el Cardenal que resulta electo como nuevo Papa, en su condición intersexual revela la diferencia, muestra que no es menos humano por poseerla, aunque, seguramente —así lo da a entender el guion— no hubiera sido escogido si los demás electores conocieran su circunstancia genética. Dicen que no era necesario. Quizá. Pero tal vez no se puso atención al sermón de Lawrence.

Académico de la UAQ

Google News

TEMAS RELACIONADOS