Ante la acusación hecha por una mujer por la tentativa de violación perpetrada por Cuauhtémoc Blanco, hemos escuchado las repuestas más típicas —por llamarles de algún modo; son ignominiosas y desgraciadamente típicas— tanto del acusado como de la mayoría de su partido:

Es venganza

¿Por qué hasta ahorita?

Es mentira

No hay pruebas

No hay testigos. Su palabra contra la tuya

Se trata de desviar la responsabilidad del acusado hacia la víctima, para quien incluso se pide sea investigada.

Pero hay dos respuestas aún peores:

La de la presidenta de la República, consistente en desestimar la acusación —y, por tanto, los derechos de la víctima— por las características que ella estima que tiene el fiscal que la presentó. Se trata de una falacia lógica del tipo “argumentación ad hominem”. Consiste en no rebatir los argumentos exponiendo que quien los presenta no tiene calidad moral para hacerlo. Creo que, si así nos guiáramos, no procedería la mayoría de las consignaciones de las fiscalías ante los jueces y juezas. Y después, si no gusta la sentencia, se podría argumentar la calidad moral de estos y estas, a la manera de AMLO y Trump.

Y segundo, el muy oprobioso coro de mujeres de la coalición gobernante de franca protección al acusado —varón, claro— al grito de “no estás solo”. Toda la explicación de quienes votaron por desestimar la solicitud de procedencia por, según ellos y ellas, esperar un expediente mejormente elaborado, caen, como las murallas de Jericó, con los trompetazos de ese grito de guerra. No se exclamó “mujer, no estás sola”; ni “yo te creo, hermana”; sino tú, hombre acusado, Cuauhtémoc “no estás solo”. Podemos inferir, legítimamente, que la “explicación”, formulada a posteriori, sea mentira y meramente autojustificativa. Si los hechos son ciertos, como la acusación explica, el perpetrador de esta fechoría —porque se le ha acusado de otras varias— la cometió siendo gobernador del estado y en la casa oficial de gobierno, para mayor asimetría de poder frente a la víctima. Pobrecito, antes de su exculpación camaral, lloró.

En verdad, no es necesario pensar que Blanco es culpable o inocente. Eso solo lo determina, con valor judicial, un juez y según infiera de la acusación que realice el ministerio público. Ello se detuvo, al menos por lo pronto.

Probablemente no se trató de defender al exalcalde y exgobernador por sí, sino al grupo, a la familia. Se trata de lo que Edward Banfield llamó “familismo amoral” cuando estudió las mafias del sur de Italia y que retrató el célebre filme de Coppola, El Padrino: todo se vale o es moralmente irrelevante, con tal de servir a la familia. Es lo que parece. Aunque la parte débil de la familia se tenga que someter a los hermanos mayores: la persecución que han sufrido quienes votaron por la procedencia del juicio contra el diputado federal Blanco, en especial las mujeres diputadas del partido en el poder por parte de los señorones (Pedro Haces, Ricardo Monreal…), así lo revela.

Presentarse ante la fiscalía que lo acusa después de esa sesión de la cámara baja, ya envalentonado con el apoyo de la mayoría de su partido —incluida la presidenta Sheimbaum— y con la aún vigente protección del fuero constitucional (que no se inventó para ello), no tiene ningún chiste, no es signo ni de valentía ni señal de inocencia. Dicen que la exministra y diputada Sánchez Cordero expuso ante sus compañeros que el fuero no alcanza para impedir la investigación y el juicio ante este tipo de acusaciones. Vale. Entonces, ¿por qué no se lo retiraron? Daba igual y hubieran quedado bien con los que hoy nos sentimos indignados.

Académico retirado de la UAQ

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