Sin duda, aún no se aquilata en su debido peso lo que la sociedad contemporánea debe a las ideas feministas y a los movimientos de mujeres que luchan por la igualdad. La mayoría de los hombres de hoy ni siquiera nos damos cuenta de cómo, gracias a ellas, las que más se han arriesgado, han cambiado las ideas socialmente dominantes respecto a las cuestiones de género. Las ideologías machistas no solo lo ignoran, sino que lo fustigan. Y hay que ver que el actual crecimiento político de la ultraderecha en todo el mundo conlleva un refortalecimiento del machismo, porque la derecha —y en la práctica, no en sus principios también cierta izquierda— es machista.
Históricamente, cada vez que se ha avanzado en el campo de las libertades políticas, han florecido movimientos de reivindicación femenina, lo cual, a su vez, redunda en una mayor libertad e igualdad.
A pesar de machismos y retrocesos, la suma ha sido positiva para el feminismo y con ello, para todo el conjunto. Porque hoy, la mayoría reprobamos cualquier pensamiento que pretenda argumentar una desigualdad de derechos derivada del género de los individuos. Cada día más personas distinguimos con mayor claridad todos los momentos en que el ser varón significa tener privilegios de los que no solo carecen las mujeres, sino que se basan precisamente en las desventajas que la vida social le significan a ellas.
La llamada Epístola de Melchor Ocampo (que no solo era parte de la Ley del Registro Civil, sino que declamaba el juez en cada matrimonio, decía: “La mujer, cuyas principales dotes son la abnegación, la belleza, la compasión, la perspicacia y la ternura debe dar y dará al marido obediencia, agrado, asistencia, consuelo y consejo, tratándolo siempre con la veneración que se debe a la persona que nos apoya y defiende, y con la delicadeza de quien no quiere exasperar la parte brusca, irritable y dura de sí mismo propia de su carácter…”, amenaza incluida. Que a la mayoría de mexicanos y mexicanas nos parezca un texto horrendo, se debe a la extensión e intensidad de las ideas feministas, gracias a sus movimientos políticos.
También las disidencias y diversidades sexuales, por más que haya diversas posturas feministas frente a ellas, deben al feminismo un mayor respeto hacia sí por parte de la sociedad dominante.
Al pretender reprobar las acciones afirmativas, las cuotas de género, la tutela judicial hacia las mujeres frente a los hombres, hay que pensar primero que les debemos siglos y siglos de abuso y privilegios patriarcales, masculinos. En la vida cotidiana y en la mayoría de las culturas hasta hoy, se recibe como lo normal que las mujeres sirvan a los hombres en grandes o pequeñas tareas, que se encarguen del cuidado de los niños, los enfermos y los ancianos, que sostengan la vida familiar y las tareas domésticas y todo sin remuneración, sin siquiera reconocimiento ni agradecimiento.
A muchas personas las pone nerviosas la idea de que el “género” es un constructo social y que, por tanto, no deriva directamente del sexo con el que se nace, como lo expresa la tremenda frase de Simone de Beauvoir “no se nace mujer, se llega a serlo”. Es decir, una cosa son las características genéticas con las que cada quien nace y otra lo que estas van significando a lo largo de nuestra inserción en la vida social.
Ya a finales del siglo XVIII, en sus Vindicaciones de los derechos de la mujer, la escritora y filósofa inglesa Mary Wollstonecraft afirmaba: "Las desigualdades entre los hombres y las mujeres son tan arbitrarias como las referidas al rango, la clase o los privilegios; todas aquéllas que el racionalismo ilustrado había criticado e identificado". Los ilustrados, hombres, no habían criticado las desigualdades entre hombres y mujeres. Porque en la historia de las ideas, la ciencia, las artes y la política, no ha habido escasez de mujeres, sino de reconocimiento de su papel, incluidas todas las ocasiones en que su labor fue atribuida al varón.
Ello cambia y seguirá cambiando, porque cuando las mujeres salen hoy a marchar por sus derechos, vemos a muchas que en una mano van cogidas de su madre y en la otra de su hija. Pocas causas reúnen tres generaciones como la de las mujeres. Esas niñas que van con su madre y su abuela a las marchas seguirán mejorándonos toda la vida.
Periodista y maestro en seguridad nacional