Llegó el día que se temía. Tras semanas de advertencias y negociaciones fallidas, Estados Unidos ha impuesto aranceles del 25% a las importaciones provenientes de México y Canadá. Ni los argumentos sobre los efectos negativos para la economía estadounidense ni las presiones de empresarios y legisladores lograron frenar la medida. La decisión, basada más en creencias ideológicas que en una lógica económica, marca un nuevo episodio de tensión comercial en la región. A partir de hoy, los costos adicionales cambiarán las dinámicas de comercio y producción, afectando tanto a México como a Estados Unidos, en un escenario de incertidumbre y posibles represalias.

El presidente estadounidense no opera bajo una lógica racional basada en datos duros o en los principios del comercio internacional. Su visión es simple: el libre comercio ha sido el culpable de la pérdida de empleos y producción en su país, y la única manera de corregirlo es mediante la imposición de barreras comerciales. Más aún, entiende que el uso de la fuerza –económica y política– es la mejor manera de someter a sus socios comerciales para que ajusten sus políticas a lo que él considera correcto.

En este contexto, las negociaciones no fueron una discusión técnica sobre los efectos perniciosos de los aranceles, sino un ejercicio de presión y coerción. Se impuso el estilo acosador de negociar, donde no valen los hechos, sino los prejuicios ideológicos y la demostración de poder.

A partir de hoy, los importadores estadounidenses deberán pagar un 25% adicional por productos mexicanos, lo que generará incertidumbre sobre si absorberán el costo, lo trasladarán a los consumidores o presionarán a los proveedores mexicanos para reducir precios. Esto provocará una caída en las exportaciones de México, afectando sectores clave de su economía.

En el caso de productos difíciles de sustituir, el resultado será un aumento en los costos que impactará en la inflación estadounidense, debilitando el poder adquisitivo y la confianza económica. Ante esto, es probable que México y Canadá respondan con aranceles en represalia, reduciendo aún más el comercio regional. En lugar de fortalecer la economía estadounidense, la imposición de aranceles podría derivar en una combinación peligrosa de inflación y menor crecimiento económico. No se trata de un simple error de cálculo, sino de una bomba de tiempo cuyo estallido es incierto.

Para México, el reto será diversificar sus mercados y fortalecer su economía interna ante un vecino cada vez más volátil e impredecible. En el corto plazo, las presiones sobre sectores clave serán innegables. Sin embargo, la mayor incertidumbre radica en hasta dónde llegará esta escalada proteccionista y cuáles serán sus consecuencias a nivel global.

Lo que es claro es que la decisión de Washington responde más a la ideología y al ejercicio del poder que a una estrategia económica sensata. El costo de esta apuesta será alto y no sólo para México.

X: @maeggleton

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