Recientemente tuve la oportunidad de leer El vendedor de silencio, una novela de Enrique Serna basada en la vida de Carlos Denegri, un periodista fundamental para comprender el estrecho vínculo entre el poder político y los medios de comunicación en México durante las décadas de los 40, 50 y 60. Denegri, una de las figuras más influyentes en el periodismo de su tiempo, utilizó su profesión para influir, manipular y lucrar, convirtiendo el valor de su silencio en moneda de cambio. Su relación simbiótica con los círculos gubernamentales y empresariales lo posicionó como una pieza clave en el sistema de control autoritario del PRI.

El fenómeno Denegri sólo puede comprenderse plenamente en el contexto de un México dominado por un partido de Estado, donde la política se concebía como un intercambio de favores y el silencio era un engranaje clave en el mecanismo de control. Sin embargo, más de 50 años después de su muerte, surge una pregunta inevitable: ¿cuánto ha cambiado realmente el periodismo en México?

Es innegable que una parte del periodismo en México mantiene un compromiso firme con la labor crítica y veraz. Sin embargo, persisten numerosos medios que reproducen las prácticas corruptas del pasado. La dependencia económica de muchos medios en la venta de publicidad oficial, lejos de disminuir, refuerza su vulnerabilidad, comprometiendo su independencia editorial y debilitando su capacidad para ejercer una verdadera fiscalización del poder. Además, el ejercicio periodístico en México es una profesión marcada por el riesgo extremo. Los periodistas no sólo enfrentan la amenaza constante de la violencia física, con asesinatos vinculados a investigaciones sobre el narcotráfico y la corrupción; ahora deben lidiar con la creciente complejidad del entorno digital. El control de la narrativa pública ha trascendido los medios tradicionales y actores políticos y económicos emplean tácticas más sofisticadas para manipular la opinión pública a su favor, lo que ha intensificado los peligros para aquellos que buscan ejercer su trabajo de manera independiente. A pesar del panorama hostil, hay que reconocer los avances en transparencia, acceso a la información y el fortalecimiento de medios independientes, que han logrado abrirse paso y contribuir a la defensa de la libertad de prensa en un entorno cada vez más adverso.

El caso de Denegri sirve como advertencia sobre los peligros éticos que enfrenta el periodismo actual; la búsqueda de la verdad y el ejercicio crítico del poder siguen siendo pilares esenciales para la salud de cualquier democracia. El periodismo que sucumbe ante el poder deja de cumplir con su función social. La verdadera libertad de prensa no puede coexistir con la complicidad ante el poder. La transparencia y el compromiso con la verdad son, al final, los únicos antídotos contra un pasado que hoy, más que nunca, amenaza con volver.

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