La transición a la democracia en México fue resultado de dos dinámicas paralelas: el surgimiento de un mayor pluralismo político y un proceso gradual de liberalización del sistema político-electoral que abrió espacios para la competencia y la alternancia en el poder.
El actual retroceso hacia formas autoritarias de gobierno no puede entenderse sin un elemento que pasamos por alto durante la transición: la construcción de una ciudadanía activa y consciente. La falta de una base ciudadana sólida ha permitido que hoy, frente al debilitamiento democrático, una parte significativa de la población permanezca indiferente.
La transición fue, en gran medida, un proceso liderado por las élites; enfocado en cambiar las estructuras formales del poder, dejando de lado la transformación cultural necesaria para consolidar valores democráticos en la ciudadanía. Aunque hubo avances significativos, estos logros no se tradujeron en una democratización profunda. La falta de una cultura de fomento a la participación ciudadana y al pensamiento crítico debilitó las bases sociales del régimen democrático.
El déficit de ciudadanía en México se sostiene sobre cuatro pilares fundamentales. Primero, la educación cívica ha sido insuficiente, privilegiando el desarrollo de habilidades técnicas por encima de la formación de ciudadanía crítica y consciente de sus derechos. Segundo, la persistencia del clientelismo perpetúa relaciones de dependencia entre la ciudadanía y el Estado, debilitando la autonomía ciudadana. Tercero, las profundas desigualdades estructurales restringen el acceso a derechos básicos, limitando la capacidad de amplios sectores para participar plenamente en la democracia. Finalmente, la desconfianza generalizada hacia las instituciones, alimentada por décadas de corrupción e impunidad, ha socavado la legitimidad democrática y fomentado el desencanto social.
El retorno de tendencias autoritarias es resultado de una democracia debilitada por instituciones frágiles y una ciudadanía apática, condiciones que favorecen la concentración del poder y el debilitamiento de contrapesos. En este contexto, el discurso populista, que confronta al “pueblo” con las élites, prospera al capitalizar el descontento social en un sistema democrático que no ha generado beneficios tangibles para la mayoría.
El caso mexicano demuestra que la democracia no puede sobrevivir sin una ciudadanía comprometida. No basta con crear instituciones si estas operan en un vacío cívico. Revertir el avance del autoritarismo requiere medidas urgentes: reformar la educación para inculcar valores democráticos desde la infancia; fortalecer la sociedad civil como motor de rendición de cuentas; combatir la desigualdad que margina a millones y erosiona la ciudadanía plena y, rescatar la memoria democrática para que el autoritarismo no sea visto como una solución, sino como un peligro.
El fracaso de la transición no es sólo de las élites, sino de una democracia que no supo arraigarse en su base social.
X: @maeggleton