Como se esperaba, pasadas las elecciones del Estado de México y Coahuila, dio inicio —al menos extraoficialmente— a un muy adelantado proceso electoral. Sin embargo, más allá de las figuras ya conocidas, hay detrás otros 628 cargos federales que serán electos en 2024. Si bien la elección de los 628 escaños del Congreso de la Unión genera poco interés para la ciudadanía en general, es central en términos de las expectativas no cumplidas de la democracia. En la práctica, asumimos que el rumbo del país es responsabilidad de quienes han ocupado la Presidencia de la República; empero, en un esquema democrático, el peso de los poderes Legislativo y Judicial resulta fundamental.

¿Votamos por un programa o por una persona? En términos generales, para cargos ejecutivos (Presidencia, gubernatura, presidencias municipales) el electorado se decanta por la persona. En elecciones legislativas la situación es más compleja. El sistema electoral mexicano contempla la elección del Congreso de la Unión (y de los congresos locales) por un sistema mixto que conjuga la mayoría relativa con la representación proporcional. Así, votamos por una persona en la boleta y por una lista de personas que, dependiendo del porcentaje de votos obtenido por el partido que los postula, obtendrán un escaño. Esto es, al menos en teoría, votamos por la persona, pero, también, por el programa del partido que lo postula.

Este modelo conjuga dos principios de representación. La representación descriptiva se centra en la correspondencia entre las características de representantes y representados (raza, género, clase social, etc.); busca que las legislaturas reflejen la diversidad de la sociedad bajo el supuesto de que fomenta la legitimidad democrática y asegura que los intereses de diversos grupos sean reconocidos. Por otro lado, la representación sustantiva se enfoca en la congruencia entre las políticas promovidas por las y los representantes y las preferencias de sus representados. No importa si los representantes comparten las características demográficas de los representados, sino que promuevan y defiendan sus intereses; las políticas y leyes resultantes son más importantes que las características personales de quienes las promulgan.

Ambos modelos desatan cuestionamientos, con la representación descriptiva se corre el riesgo de suponer que las personas con características similares tendrán intereses políticos similares, lo que, con frecuencia, no ocurre. Sobre la representación sustantiva se argumenta que puede perpetuar estructuras de poder existentes al no desafiar la falta de diversidad entre representantes.

Eso es lo que está en juego detrás de las campañas anticipadas, los rostros conocidos y las bardas pintadas. Las elecciones ejecutivas tienen impacto en las legislativas y detrás de cada persona hay un programa de partido que habrá que tomar en cuenta para decidir el voto.

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