La democracia no es un estado permanente ni un logro definitivo; es un proyecto en constante construcción que requiere instituciones sólidas, valores democráticos y una ciudadanía activa. Cuando estos pilares se debilitan, el sistema político pierde estabilidad y se abre la puerta a retrocesos que amenazan sus fundamentos. En los últimos años, se ha orquestado, desde el Ejecutivo federal, una estrategia para concentrar el poder, desactivar los mecanismos de vigilancia social y restringir la capacidad ciudadana para exigir transparencia y rendición de cuentas. Este deterioro no es fortuito; responde a un esfuerzo deliberado por debilitar los contrapesos indispensables para consolidar un régimen democrático sólido y funcional.

Aunque una transición democrática puede ocurrir sin una cultura política plenamente desarrollada, su consolidación requiere del fortalecimiento de valores fundamentales, como la confianza en las instituciones, el respeto por las normas y la participación activa de la ciudadanía. En México, estos valores han sufrido un profundo deterioro en los últimos años, impulsado por una narrativa que descalifica a las instituciones, erosiona la confianza pública y concentra la legitimidad política en la figura presidencial. A esto se suma una creciente polarización política que ha fracturado a la sociedad, reemplazando el debate constructivo por un discurso de confrontación.

Los actores políticos han demostrado una alarmante incapacidad para frenar el proceso de erosión democrática. La oposición permanece fragmentada y carece de un proyecto político coherente que contrarreste de manera efectiva la narrativa oficial. Los partidos tradicionales, desgastados por décadas de corrupción y falta de renovación interna, han perdido la credibilidad necesaria para liderar una defensa de la democracia. El Poder Judicial, que debería fungir como un contrapeso esencial, enfrenta crecientes ataques y presiones políticas, lo que compromete su independencia. Esta combinación de pasividad, inercia y, en algunos casos, complicidad ha permitido que el retroceso democrático avance sin encontrar resistencias significativas.

El retroceso democrático que encabeza la Cuarta Transformación no es un fenómeno aislado; es producto de un sistema político debilitado, una sociedad civil desarticulada y una cultura política en declive. Sin acciones contundentes para fortalecer a los actores democráticos, recuperar la confianza ciudadana en las instituciones y frenar la concentración de poder, México corre el riesgo de consolidar un régimen autoritario bajo la apariencia de una democracia.

La historia muestra que las democracias no colapsan de manera repentina; se desmoronan gradualmente como resultado de su propio debilitamiento. La responsabilidad de revertir este proceso no recae únicamente en la oposición política, la ciudadanía debe recuperar su papel protagónico en la defensa de la democracia.

X: @maeggleton

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