La propuesta de reforma electoral de la presidenta Claudia Sheinbaum parece centrarse en tres grandes ejes: reducir los costos de las elecciones, disminuir el financiamiento a los partidos políticos y eliminar a los escaños de representación proporcional.

Reducir el presupuesto electoral es una promesa que resuena bien entre la ciudadanía, sobre todo en un contexto donde se percibe que la política es cara e ineficaz.

Sin embargo, en la práctica, los procesos electorales requieren inversión para garantizar su transparencia y operatividad. Menos dinero puede significar menos capacitación de funcionarios de casilla, menor capacidad de fiscalización y menor autonomía institucional, lo que abriría la puerta a la opacidad y, en el peor de los casos, a la manipulación de los comicios.

El financiamiento público a los partidos es un tema polémico. Si bien es cierto que los partidos políticos cuestan mucho dinero y que en ocasiones sus estructuras parecen más dedicadas a mantener burocracias internas que a representar realmente a la ciudadanía, también lo es que este mecanismo busca evitar que los partidos dependan de transferencias discrecionales de dinero público o de intereses privados.

Si el dinero público disminuye, ¿quién financiará las campañas? Es probable que volvamos a los tiempos en que el partido en el poder, con redes más consolidadas de apoyo y el presupuesto público a su disposición, se consolide como hegemónico eliminando toda posibilidad de pluralidad política.

La eliminación de los diputados plurinominales es, quizá, el aspecto más controversial de la propuesta. La designación de congresistas a través de listas cerradas, en lugar de elección directa, genera desconfianza en la ciudadanía. No obstante, estas listas cumplen una función fundamental: asegurar que cada partido obtenga una representación proporcional a su número de votos. Sin ellas, existe el riesgo de que la mayoría imponga su voluntad sin considerar a las voces disidentes. En el contexto actual, la desaparición de los plurinominales relegaría aún más a las oposiciones y dificultaría la incursión de nuevas fuerzas políticas, reduciendo la diversidad en el Legislativo. En términos prácticos, esto permitiría que el partido gobernante, cualquiera que sea, apruebe reformas sin contrapesos significativos, propiciando una mayor concentración de poder.

La reforma electoral propuesta por Sheinbaum plantea cuestiones que deben discutirse con seriedad. Si el objetivo es reducir gastos, una opción más efectiva sería la eliminación de escaños de mayoría, lo que reduciría automáticamente la estructura administrativa de cada distrito electoral y optimizaría los costos sin afectar la representación. Las elecciones no son solo un gasto, sino una inversión en estabilidad política y representación ciudadana.

Si se busca modificar el sistema, el enfoque no debería ser la eliminación de mecanismos de equilibrio, sino su mejora.

X: @maeggleton

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