En el ámbito internacional, la negociación exige un enfoque estratégico en el que la razón prevalezca sobre las emociones de carácter nacionalista. La reciente suspensión de los aranceles a las exportaciones mexicanas, ordenados por Donald Trump y postergados tras una conversación con la presidenta Sheinbaum, evidencia la importancia de la diplomacia pragmática en contextos de alta tensión.
Más allá de los efectos adversos para México, la imposición de aranceles habría impactado directamente a los consumidores estadounidenses. Además de encarecer los productos importados, habría impulsado la inflación y afectado las cadenas de suministro. Los sectores más perjudicados en EU —automotriz, agrícola y manufacturero— dependen de insumos mexicanos. Como resultado, los consumidores habrían enfrentado un alza en los precios de bienes esenciales, lo que generaría presión política interna y afectaría la popularidad de Trump, especialmente en un contexto electoral donde la economía juega un papel clave.
Para México, el retraso en la aplicación de los aranceles permitió la estabilización del peso, evitando un daño mayor a la economía. No obstante, resulta evidente que México ha cedido más que Estados Unidos en esta negociación. El despliegue de la Guardia Nacional implica un costo financiero y político significativo, mientras que la única promesa de Washington fue reforzar el control del tráfico de armas, sin mecanismos claros de verificación. Esta asimetría en la relación bilateral refleja el poder estructural de Estados Unidos.
Además, mientras Claudia Sheinbaum enfatizó que el despliegue de la Guardia Nacional tenía como objetivo frenar el tráfico de drogas, Trump insistió en que también serviría para detener la migración. Esta divergencia discursiva podría generar tensiones si Washington considera que México no cumple con sus expectativas en materia migratoria.
Sin embargo, la negociación aún no ha concluido. Trump ha dejado claro que seguirá utilizando la amenaza arancelaria como mecanismo de presión y que en un mes se evaluarán los avances logrados. Para México, esto implica diseñar una estrategia integral de seguridad que no solo atienda las exigencias de Washington, sino que también responda a la crisis de violencia interna.
Es imperativo que el gobierno mexicano reconozca que el problema del crimen organizado no es sólo una preocupación estadounidense, sino una crisis nacional que ha cobrado la vida de más de 200 mil personas en la última década.
Si Sheinbaum logra equilibrar la relación con Donald Trump sin ceder en exceso, al tiempo que fortalece la seguridad interna, podría convertir esta crisis en una oportunidad para redefinir la relación bilateral. No obstante, la verdadera prueba llegará en las próximas semanas, cuando ambos gobiernos deban definir los términos de un acuerdo que marcará el futuro de su relación.
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