La obediencia y la sumisión son dos conceptos relacionados pero distintos que se refieren a la acción de seguir órdenes o cumplir con la autoridad de otra persona o autoridad. En este régimen de cacareada transformación, se obedece.
Una obediencia absoluta que describe el nivel extremo de cumplimiento y/o sumisión donde se siguen las instrucciones o mandatos sin cuestionar, dudar o mostrar alguna resistencia. Ésta ha sido asociada con situaciones extremas en las que el presidente ejerce un control total y donde legisladores, funcionarios, ministros, propagandistas del régimen y un largo etcétera se someten a su autoridad incluso en detrimento de su propia moral y/o ética.
La historia estos últimos cinco años ha demostrado que la obediencia absoluta hacia los deseos presidenciales ha originado la sistemática violación a leyes y normas. El fin justifica los miedos.
Uno de ellos, subyacente, es el impacto social, político y económico de Otis.
La tardía y desordenada actuación del gobierno de López Obrador causa estragos en el ánimo palaciego. La urgencia de distractores sobre la actuación del gobierno ante el desastre guerrerense para ayudar a la población abandonada a su suerte, empuja al Ejecutivo a continuar abriendo frentes tratando de manipular la agenda mediática y la construcción social de su realidad.
Sólo así se entiende la manoseada y lamentable salida a las prisas del ministro Zaldívar quien no sorprende con su maroma y genuflexión ante el poder Ejecutivo. Hace años su sometimiento y obediencia olvidando el significado y la importancia en la imparcialidad y la justicia dibujó las formas, que exhibieron el fondo. El resultado era previsible.
Sin embargo, el timing del “affaire” Zaldívar exhibe la preocupación en perder la narrativa justo en un momento crítico en la relación de la Corte con el palacio y los fideicomisos salpicados en el jaloneo de última hora por la devastación en Acapulco. El imponderable del desastre natural pegó en la línea de flotación y la posverdad de Otis se ha activado en el tablero de propaganda discursiva para moldear la percepción y la creencia enalteciendo la simplificación y la polarización, ambas áreas de expertise presidencial.
La estrategia es desarrollar información engañosa —en Acapulco no hay tal emergencia— y generar distractores suficientes para mitigar el impacto en el branding Morena cuya identidad puede estar en riesgo a meses de la madre de todas las batallas. Las acciones diseñadas para su construcción todas las mañanas buscando una conexión emocional y psicológica entre López Obrador y sus seguidores sufre ya un desgaste importante. El desafío en estos meses será la gestión de los riesgos ante tanto desaseo, improvisación y fracasos en áreas estratégicas.
Una cosa es cierta; el conflicto latente que subyace en Acapulco puede evolucionar a una situación de suma cero. A siete meses de la elección presidencial.