La gran desventaja de quienes viven tras enormes muros es que no pueden ver la calle. Quizás esa sea la razón del rasgadero de vestiduras post-electoral de un sector de la mexicanidad que no ha comprendido que marchar de vez en cuando, tuitear insultos al gobierno o amenazar con irse del país no los hace defensores de la democracia. Su aislamiento les cegó al punto de no poder sentir la más mínima empatía por aquellas personas a las que solamente "ven" cuando les sirven, les limpian sus casas o les estorban. En su "exclusividad" solo escuchan voces de sirenas.

Para comprender por qué el 59 por ciento de las y los votantes eligieron un proyecto de nación distinto al suyo, tendrían que gastar las suelas de sus zapatos en las calles sin agua, sin electricidad, sin escuelas y sin internet. Necesitan pasar menos tiempo en el club y más en la parada de camión. Tal vez entonces entiendan que reducir la pobreza, erradicar la desigualdad y mejorar la seguridad nos compete a todas y todos, pero tienen mayor responsabilidad quienes más tienen.

Mientras no comprendan que vivir en una burbuja iridiscente de superioridad les aísla de la realidad de la mayoría de las y los mexicanos, nunca serán capaces de comprender el por qué de la victoria de Claudia Sheinbaum. Y que quede claro, no estoy hablando ni de políticos ni de sus partidos. Estoy hablando de una parte de la población que solo habla consigo misma.

México necesita los contrapesos de una sociedad civil organizada capaz de entender que la construcción social se hace desde lo colectivo y no desde lo individual. Pretender que su verdad es única y absoluta les impide la autocrítica. Si algo nos dejaron las elecciones del 2024 fue confirmar que los desinformados e ignorantes viven en chozas y en lujosas casas de cristal.

La humildad en la derrota es necesaria para redefinir nuestra relación con las otras y los otros. Solo así se curan la ceguera y la sordera social que imprimen sus sellos de clasismo y discriminación. Esto no quiere decir que debemos callar nuestra voz. Quiere decir que antes de gritar nuestro desacuerdo debemos comprender de dónde viene. Un país plural solo puede crecer y avanzar si prevalecen la confianza, la honestidad y la empatía sobre el desprecio, la inequidad y el temor del otro.

Finalmente, para quienes justamente ganaron dejo este mensaje: La magnanimidad en la victoria se da con la mesura, la moderación y la escucha. México necesita de una discusión honesta y generosa, donde se escuchen todas las voces y se sopesen todas las propuestas, lejos de las descalificaciones personales.

La reconciliación de una sociedad dividida por el encono, desconfianza y el desprecio mutuo es nuestro gran reto como ciudadanía, pero también como gobierno. No para convencer a los inconvencibles de cualquier bando, sino para extender la mano a quienes viven, piensan y transitan una realidad que nos es desconocida.

Si a México le va bien, a todos nos irá bien.

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