La mayoría de las mujeres, desde que somos niñas, hemos oido frases como "a qué hora vas por el pan", "mamacita" o "que buena estás". A casi todas nos han chiflado, nos han hecho gestos obscenos y muchas hemos sido víctimas de tallones no deseados en el transporte público. Estas conductas, tan comunes y extendidas, constituyen una de las formas de violencia más prevalentes: el acoso sexual callejero.

Se nombra acoso sexual callejero a comportamientos unidireccionales no consentidos, con connotación sexual que ejercen, principalmente, hombres desconocidos en espacios públicos y que generan malestar en las niñas y mujeres. Estas conductas incluyen silbidos, piropos, besos, bocinazos, jadeos, gestos obscenos, miradas lesivas, nalgadas, comentarios sobre el cuerpo, toma de fotografías y videos sin permiso, tocamientos, asedio, arrinconamiento, masturbación y exhibicionismo, entre otras.

El acoso sexual callejero los sufren millones de mujeres y niñas, todos los días, varias veces al día. Inicia entre los 8 y 12 años y parece nunca tener fin. Las consecuencias de este tipo de violencia en las víctimas van, desde la limitación a su movilidad, por el temor que genera salir a la calle, hasta daños psicológicos graves que pueden llevarla al suicidio.

Las mujeres víctimas de acoso cambian las rutas que transitan por temor a encontrarse con el o los agresores, modifican su forma de vestir y sus horarios, solo salen a la calle en compañía de otra persona y evitan participar en actividades que se realizan en espacios públicos como conciertos, deportes, etc.

No hay excusas ni justificaciones para romantizar el acoso sexual callejero. Quien acosa no tiene interés en entablar una relación con la mujer agredida. Lo que busca es dañar su dignidad mediante actos intimidantes, hostiles, degradantes o humillantes que se realizan de manera pública en contra de mujeres desconocidas que transitan cerca de ellos.

El acoso sexual callejero es una forma de violencia de género que refleja la desigualdad de poder entre hombres y mujeres, porque se trata a las mujeres como objetos sobre los que se puede opinar o comentar y a las que se puede tocar sin permiso.

Todas las mujeres tenemos derecho a transitar libremente y sin ser violentadas, independiente del contexto, la edad, la hora del día o la forma en la que estemos vestidas. Las mujeres y niñas que hemos sido víctimas de acoso sexual callejero no somos culpables de la agresión que hemos sufrido. El único responsable es el agresor.

Como sociedad debemos reflexionar y actuar para erradicar este tipo de violencia que responde a constructos sociales y culturales complejos. Ninguna mujer se siente alagada por los comentarios que desconocidos hacen sobre nuestro cuerpo o nuestra sexualidad. Lo que sentimos cuando somos víctimas de acoso callejero es vergüenza, terror, frustración, impotencia, coraje y miedo.

Todas nos hemos quedado con las ganas de gritar "No me chifles, no soy perro".

Titular de Aliadas Incidencia

Estratégica e integrante de la Red Nacional de Alertistas.

FB: maricruz.ocampo

Twitter: @mcruzocampo

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