Durante las dos últimas décadas, y pesar de los aparentes esfuerzos de las autoridades de los tres niveles de gobierno, las tasas de violencia contra las mujeres en México se han mantenido alarmantemente altas en todo el territorio nacional. De acuerdo con la ENDIREH-2021 del INEGI el 70.1 de las mujeres mexicanas mayores de 15 años han vivido por lo menos un incidente de violencia a lo largo de su vida.
De acuerdo con la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, en 2021 aproximadamente 81 mil 100 mujeres y niñas fueron asesinadas intencionalmente en todo el mundo, un número que ha permanecido prácticamente sin cambios desde 2011. De ellas más de 45 mil fueron asesinadas por sus parejas o algún miembro de su familia. De todas las regiones del mundo donde se miden este tipo de delitos, solo América Latina mostró un incremento en el número de asesinatos de mujeres, siendo el nuestro uno de los países más peligrosos para las mujeres.
Las promesas hechas por la presidenta Claudia Sheinbaum en su primer acto de gobierno son alentadoras. Sin embargo, no bastan las promesas. Es necesario entender que no será posible lograr la igualdad sustantiva cuando tantas mujeres y niñas mexicanas sufren violencia a manos de hombres que conocen. La sola posibilidad de sufrir violencia tiene un impacto negativo en la vida de las mujeres y las decisiones que toman.
La violencia contra las mujeres, que está intrínsecamente vinculada a la posición y condición de las mujeres en la sociedad, es producto de las asimetrías de poder entre hombres y mujeres. Esta violencia se exacerba por sistemas de justicia que se niegan a comprender que los únicos responsables de la violencia son los agresores. La violencia es uno de los principales factores de desigualdad. Las consecuencias de las violencia pueden ser permanente e intergeneracional con consecuencias irreparables para la salud física y mental, para su economía, su proyecto de vida y su dignidad.
La violencia es la forma más extrema de discriminación que sufren las mujeres y niñas del mundo. Si al ser mujer sumamos ser migrantes, refugiadas, su origen étnico, orientación sexual o el tener una discapacidad, la violencia y las barreras para acceder a la justicia y a la reparación del daño se multiplican de manera exponencial. Para muchas mujeres, buscar justicia cuando han sufrido violencia solo conduce a más violencia. Los niños y niñas que presencian o experimentan violencia pueden enfrentar impactos de por vida.
Para lograr la igualdad de género, la violencia de los hombres contra las mujeres debe terminar, para que las mujeres puedan estar y sentirse seguras, en el hogar, en la escuela, en el trabajo, en sus comunidades y en línea.
Atender la violencia contra las mujeres es un acto de justicia.
Titular de Aliadas Incidencia Estratégica e integrante de la Red Nacional de Alertistas.
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