Desde hace años, México padece una grave enfermedad que ha infectado sin remedio a la clase política. Esta enfermedad se manifiesta en la retórica simplista y violenta que los actores políticos, de todos los bandos, emplean para agredirse entre ellos. Retórica que desencadena desconfianza y odio entre la población, al tiempo que alimenta la inseguridad, la delincuencia, el resentimiento social y erosiona la democracia. Esta enfermedad ¿qué es? ¿Es apatía, es miedo o simplemente, odio? Sin esta enfermedad, los mexicanos dejamos de vernos como enemigos para vernos como personas.

Pero ¿cómo aprendimos que desestimar sin más la opinión de nuestros compatriotas está bien? La prédica fácil que incita al miedo, ha contaminado irremediablemente las aguas de la política mexicana. Pareciera que los discursos pronunciados desde curules, informes de gobierno y ruedas de prensa confirman que la simple idea de escucharnos entre nosotros se ha convertido en un acto de traición. Sin embargo, el rencor que se predica en contra de quien no se parece, no piensa y no vota como nosotros, es incompatible con la democracia mexicana.

Los políticos siempre nos han mentido pero, desde la teatralidad, por lo menos evitaban que la mentira fuera obvia. Hoy nos mienten con descaro porque saben que nadie los cuestiona. Mienten para salirse con la suya. Mienten, porque los de enfrente mienten igual o más que ellos. Hoy, muchas personas nos sentimos confundidas por las falsedades que circulan como "información" desde los más altos escaños de la esfera política. Embustes que son repetidos sin analizar por medios de información, redes sociales, militantes partidistas, colegas, vecinos y familiares.

La mendacidad política que culpa a los "otros" de lo que hemos hecho como colectivo, está destruyendo a nuestro país. La obsesión de calumniar al de enfrente para avanzar en su propia agenda debe terminar. La sordera que surge de la revancha nos ponen en riesgo a todos. La sordera política es moralmente enferma y moralmente incorrecta. Esa tradición perversa que pareciera obligar a unos a actuar sin piedad en contra su adversarios, se llama venganza.

Los Constituyentes de 1917 aborrecían la idea de un país sometido a los designios de una sola persona. Sin embargo, esa fue la realidad que vivimos en México por más de setenta años. Hoy, el Estado de derecho, la división de poderes, los contrapesos, los derechos fundamentales, las garantías y la democracia a la que aspiraron los autores de la Constitución están nuevamente en riesgo.

La democracia depende de un pueblo informado. La democracia depende de que los derechos humanos sean garantizados, respetados y protegidos. La democracia depende de que podamos dialogar. La democracia depende de que políticos, legisladores, jueces, gobernantes y ciudadanía pongamos a México en primer lugar.

Titular de Aliadas Incidencia

Estratégica e integrante de la

Red Nacional de Alertistas.

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Twitter: @mcruzocampo

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