Esta noche verás el cielo. Verás, sin saberlo y con gran esfuerzo a la galaxia de Andrómeda, la más cercana de la Vía Láctea. Verás, aún sin saberlo, a Perseo, el que se enamoró de ella, mientras estaba esclavizada a una roca como Prometeo, el que otorgó el fuego a los hombres y dio un nuevo relato a la humanidad.
Cuando la veas, verás a ese hijo de Dánae, la hija de Aristeo, que fue enviada por miedo al Oráculo de Delfos a la deriva de un río que todavía baña el paso del tiempo, que acontece lo pretérito y lo próximo.
Aristeo, hijo Abante, el más grande guerrero de todos, cuyo nombre al pronunciarse daba miedo, había recibido la noticia de la pitonisa: “No tendrás hijos varones, pero tu nieto te matará”.
Espantado, mandó a su hija, Dánae, y a su nieto, Perseo, en un arca a los rumbos caprichosos del río. El niño fue recogido por unos campesinos. Creció y supo que Polidectes pensaba casarse con su madre, aunque éste le dijo que se casaría con Hipodamía, la hija de Pélope, y causante del primer restablecimiento de los Juegos Olímpicos, todavía hoy los viajeros pueden ver la escultura de la “Domadora de Caballos” en los frisos que gobernaban en Olympia, en el Peloponeso.
Perseo ofreció la cabeza de Medusa a Polidectes con tal de que no se casara con su madre. Este aceptó la oferta, sabiendo que mentía. Perseo, ayudado por Hermes y Atenea, sin saberlo, le dio forma al pentatlón, que no tiene nada que ver con el deporte que “inventó” Pierre de Coubertin ya que los Juegos se restablecieron en Atenas. Es decir, atletismo, equitación, espada, nado y tiro con rifles (especialidad que representaba al caballero completo; apto para la elegancia, la audacia y la autodefensa) Perseo presionó a las Gorgias, hermanas de Medusa, y dueñas de un solo diente y de un solo ojo, para que le dijeran cómo llegar a ella. Atenea le había hecho saber que no la mirara a los ojos porque tenía el poder de convertir a los osados de mirada franca en piedra.
Perseo tuvo precauciones y artilugios. Cortó la cabeza de la enemiga de Atenea. Ya antes había usado las zapatillas aladas que Hermes había diseñado para ocasión, como si de tenis atléticos se tratara. A su regreso a Europa vio a Andrómeda esclavizada. Se enamoró de ella. Como suele pasar, su madre no lo quiso como yerno. Mandó llamar a un ejército contra él. Perseo, hábil en las distancias cortas y en los engaños, como el postrero Odiseo, usó la cabeza de Medusa para convertir a los enemigos en piedra. Así nació el coral.
Luego, sin Andrómeda, convertida por Atenea en constelación por el amor que sentía hacia Perseo, participó en los juegos fúnebres de Teutámides, en el pentatlón, en el que los lanzamientos hacían su estreno. Platón sostiene que conocer es recordar. Los griegos recordaron —entonces— lo que sus antepasados ya aplicaban. En unas semanas, cuando veas los Juegos de París 2024 y la señal te mande al disco, recordarás, sin saberlo, a Perseo y a su amada Andrómeda: conocerás un recuerdo platónico.
Cuando Perseo lanzó el disco, éste fue a dar a Aristeo por la acción del viento. El objeto redondo, como la forma divina, mató en el acto. Perseo, después, fundaría Micena. Muchos años después de Micenas, cuando Agamenón era rey, partió la más grande fuerza naval de todos los tiempos. En Micenas, comenzó la lucha que no ha terminado, la Guerra de Troya.
Esta noche la verás, con esfuerzos, es la galaxia de Andrómeda, aquella que se enamoró del primer pentatleta de la historia, Perseo, amo del atletismo, la espada, la equitación y el nado.
Esta noche ya estarás en las bellas noches de París, en las que Baudelaire hizo del dios Pan un líder revolucionario.