El médico y político británico David Owen —en el libro “En el poder y en la enfermedad”, editorial Siruela 2010— lanza una temeraria pregunta: ¿deben lealtad los médicos a los jefes de Estado o deben tener en cuenta la salud pública de su país?
Las dolencias de los presidentes —dice Owen— suscitan muchas cuestiones relevantes: su influencia en la toma de decisiones, los peligros que conlleva mantener en secreto sus síntomas; la dificultad para destituir a los dirigentes enfermos, tanto en las democracias como en las dictaduras, y la responsabilidad de los médicos sobre la secrecía de esas afecciones.
Desde que fue designado como Ministro de Asuntos Exteriores, en 1977, Owen se ha interesado por la salud de los políticos, en especial de los presidentes. “En la medida en la que la enfermedad puede afectar a los procesos de gobierno y a la toma de decisiones de los dirigentes, engendrando locura en el sentido de estupidez, obstinación o irreflexión”. Le fascinaban, también, los líderes que no estaban enfermos y cuyas facultades cognitivas funcionaban correctamente, pero desarrollaron lo que ha llamado “Síndrome de hybris”.
Según Owen, los actos de hybris son mucho más habituales en los jefes de Estado y de gobierno, sean democráticos o no, de lo que a menudo se percibe. Bertrand Russell los llamó “embriaguez de poder”.
De los dirigentes embriagados de orgullo y poder con frecuencia los legos dicen que están desquiciados o chiflados e incluso que se han vuelto locos, aunque éstos no son términos que la medicina utilizaría para referirse a ellos. Cuando los profesionales diagnostican que un líder político sí ha padecido una enfermedad mental, es frecuente que el público esté menos dispuesto a aceptar sus conclusiones, sobre todo si da la casualidad de que el líder en cuestión se ha convertido en héroe nacional.
En el libro —en el que se analizan los expedientes y los historiales médicos de varios dirigentes políticos, entre ellos Theodore Roosevelt, Lloyd Chamberlain, Adolfo Hitler, John F. Kennedy, Willy Brant, Benito Mussolini, Margaret Thatcher, Mao Tse Tung y el Sha de Irán— Owen da una lista de síntomas conductuales que podrían dar lugar a un diagnóstico de “Síndrome de hybris”. Si el político presenta tres o cuatro síntomas, puede considerarse víctima de tal trastorno:
1.— Una inclinación narcisista a ver el mundo, primordialmente, como un escenario en el que pueden ejercer su poder y buscar la gloria.
2.— Una predisposición a realizar acciones que tengan probabilidades de situarlos a una luz favorable, es decir, dar una buena imagen de ellos.
3.— Una preocupación desproporcionada por la imagen y la presentación.
4.— Una forma mesiánica de hablar de lo que están haciendo y una tendencia a la exaltación.
5.— Una identificación de sí mismos con el Estado hasta el punto de considerar idénticos los intereses y perspectivas de ambos.
6.— Una tendencia a hablar de sí mismos en tercera persona o utilizando el mayestático “nosotros”.
7.— Excesiva confianza en su propio juicio y desprecio del consejo y la crítica ajenos.
8.— Exagerada creencia —rayando en un sentimiento de omnipotencia— en lo que pueden conseguir personalmente.
9.— La creencia de ser responsables no ante el tribunal terrenal de sus colegas o de la opinión pública, sino ante un tribunal mucho más alto: la Historia o Dios.
10.— La creencia inamovible de que en ese tribunal serán justificados.
Para Owen, el mundo necesita líderes más prudentes y más sanos.
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