¿En dónde estaba el pueblo cuando hablaron por el pueblo? Porque dijeron que estaba en las boletas, en las urnas, en las filas de las casillas, formado como el resto, pensaba en su futuro, en qué haría ahora que dejara, por fin, de ser pueblo; llenaba crucigramas legales, hacía apuntes y pensaba en voz alta mientras se imaginaba cumpliendo sus nuevas funciones para las que, reconocía, no estaba del todo preparado; formaba organigramas, tachaba nombres y subrayaba otros, de cercanos, de conocidos, de vecinos; la tómbola del destino, la cuadra, la colonia, se necesitaría de muchos, de la familia y de los camaradas que también eran pueblo llano, desnudo, fieles a su espejo diario, sin saberlo aún, el pueblo demandaba en la cola de los votos, lo que después revelarían los que hablaban por él, con él y en él, los que saben qué piensa, qué desea, cuál es su papel en la despótica tragedia de la historia.
¿En dónde estaba el pueblo cuando evocaron al pueblo? Porque cuando le avisaron del canto de las sirenas no sabía que ya no era pueblo, muchedumbre neutra en singular, cosa abstracta, difusa, ecléctica y bruma; estadística, electorado, mercado, chusma buena y sabia, no, ahora, en el reparto del gabinete, del congreso y de los dones de los panes y los jueces, ya era licenciado que escudriñaba a ministros, abogado que velaba por su propios intereses, no como los otros, los que no eran como él, pueblo, porque, dijeron, quedaba en claro que estaba listo para ser el gran elector, jurisconsulto, doctor en leyes romanas, en juicios de amparo, en debidos procesos y experto en el espíritu de las leyes, que no conocía pero bastaba leer el instructivo un par de noches y listo, pueblo juez y aparte; examen.
¿En dónde estaba el pueblo cuando titularon al pueblo? Porque dijeron que bastaba que fuera pasante, pasante de pueblo claro, para que dejara de ser pueblo y ahora dictara, con dos juegos de copias certificadas, condenas, sentencias y penas, hasta eso, dijeron, el derecho no tiene nada de complicado, un par de cursos de verano, una copia del INE y una carta firmada por el condominio o la vecindad y todo en ley y orden, a partir de mañana el cubilete y los dados le daban facultades y recursos para el desquite, el desquicio o el desdén, el rencor por su casa empieza, le dijeron.
¿En dónde estaba el pueblo cuando se presentaron cargos contra el pueblo? Porque dijeron que estaba ocupado en la Sala Superior o en la Inferior escuchando alegatos de lo que quedaba de pueblo fuera del pueblo, de los no alineados, de lo enemigo de la causa, escuchaba y leía pruebas falsas de defensas de inocencia, el pueblo ya severo, recurría a la cláusula “no me vengan con que la ley es la ley”, la justicia se ajusta, la Constitución un compendio de delitos por probar y aprobar, cuando el pueblo dejó de ser pueblo comenzó a purificar, a evangelizar, a poner en orden la casa, a limpiar conciencias, a llevar a cabo justamente lo que antes sometía al pueblo, al anterior, con la razón jurídica de la unicidad, con el pueblo todo contra el pueblo nada, y en pocos meses el pueblo de ser pueblo, ya era base, cuadro, célula, aparato, funcionario y engranaje del Estado, dividendo del poder.
¿En dónde estaba el pueblo cuando el pueblo dejó de ser panfleto, discurso y causa? Porque dijeron que ya estaba en la Bastilla o en Bucarest, desbordado, haciendo añicos a los que dijeron, ya sin sentido, “somos el pueblo” y del “pueblo somos”.
En medio de la restauración del viejo régimen, el pueblo fue ave de rapiña del esqueleto de la libertad de la otra mitad: Golem que devoraba a los ventrílocuos del complejo y del resentimiento. Diría Joseph Conrad: “¡El terror, el terror!”
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