El caso de Cuauhtémoc Blanco se ha convertido en escándalo incontrolado para el oficialismo morenista porque, además de su penosa realidad, exhibe sus contradicciones y cada día le resulta más costoso.
Parecería que el problema de fondo no es si realmente intentó violar a su media hermana, golpeó a su esposa o robó -como se pretende demostrar con sendas carpetas de investigación-, no; el follón, para sus intercesores, reside fundamentalmente en que se podría convertir en el primer gobernador de extracción morenista que termine en la cárcel, y con ello se debilite el pacto de impunidad morenista que implica hacer lo que sea, pero manteniendo la lealtad como elemento superior o justificador de cualquier acto de corrupción (lo que mostraría que la ley también alcanza a los propios); y que ello abra la puerta para que otros miembros del oficialismo, que han sido acusados públicamente de estos u otros delitos, puedan ser juzgados -como cualquier otro-, sin pretextos ni simulaciones. Hay varios en y cercanos al poder.
Las andanzas del Cuau descalifican el discurso oficial tan recurrente de defensa de la mujer y solidaridad con las víctimas. Prueba irrefutable de ello resulta la votación que declara improcedente la solicitud de desafuero del exfutbolista -que rompió pronunciamientos públicos anteriores-; y, por supuesto, la inolvidable imagen del Cuau en la tribuna de la Cámara de Diputados, rodeado por mujeres morenistas que gritaban: “No estás solo, no estás solo”; misma que ya ocupa un lugar destacado en la galería de vergüenzas innegables.
En total, 291 diputadas (Morena, PRI y PVEM) confirmaron que no llegaron todas –“no llego sola, llegamos todas”, había asegurado Sheinbaum durante su toma de posesión-, y que prefirieron apostar por el cobijo del compañero.
Cabe mencionar que 25 morenistas votaron en contra, 22 mujeres (calificadas irónicamente como “heroínas temporales”, por Ricardo Monreal). María Teresa Ealy, una de ellas, manifestó que “es una vergüenza absoluta que (…) decidan encubrir la impunidad en vez de combatirla”. Según ha publicado, ahora lucha contra el fuego amigo, derivado de su posición.
La narrativa oficialista ha sido inconsistente y errática en su intento por minimizar y distraer, al grado de acusar al exfiscal Uriel Carmona Gándara -enemigo político asumido- como el responsable de todos los males habidos y por haber, los del pasado, el presente y tal vez también los del futuro.
Sin embargo, fue la propia gobernadora de Morelos -de su mismo partido-, quien lo acusó por posibles actos de corrupción que ascienden a varios millones de pesos; que la esposa lo señaló por agresión (y hay videos en redes sociales, presuntamente grabados por ella); y que la media hermana lo denunció. No fue Carmona Gándara.
El oficialismo sostiene que no lo está defendiendo, pero ¿por qué lo protegen?
El Cuau -presunto corrupto y agresor- no está solo, pero han buscado que la denunciante sí esté sola. Incluso, conforme a la pedagogía lopezobradorista, hay quienes intentan que el exjugador aparezca como víctima (sic). ¿Por qué no?