Más allá de lo estrictamente deportivo, entre lo que se tiene presente de los juegos olímpicos de París, está su lamentable ceremonia de inauguración -como burla al cristianismo, lo que desvirtuó la imagen internacional del evento y atentó contra el propio espíritu olímpico-; y la confirmación del irremediable fracaso de Ana Guevara al frente del deporte mexicano, bajo el amparo de López Obrador.

Como suele decirse, por convicción y conveniencia, la exsenadora petista –y todavía titular de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte- ha sido apoyada incondicionalmente porque: 1) ya no es posible dejar de hacerlo, pues sólo quedan algunos días para que se vaya, salvo que alguien se atreviera a mantenerla (aún a pesar de las graves acusaciones que pesan sobre ella y sus pésimos resultados); 2) reconocer la realidad deportiva equivaldría a tener que aceptar el desbarajuste que ha sido esta administración federal en este campo, como en otros más; y, 3) constituiría un signo de autocrítica –que no ha existido-, y aún más, una revelación realista de que este presidente sí se equivoca, lo cual aparece como casi imposible.

Y es que el jefe del Ejecutivo ha preferido defender lo indefendible, también en el deporte, donde ha acumulado desaciertos. Inventa ataques de enemigos imaginarios y recurre a la ficción para encubrir el fracaso deportivo. Pero no sólo eso, a la impericia y conflictividad de Guevara habría que añadirle las conocidas acusaciones sobre corrupción, aunque esto no se debe a alguna campaña neoliberal o de Claudio X. González; no, es la apreciación de ciudadanos.

Baste recordar que, conforme a la encuesta final del año pasado de la plataforma México Elige, 63.3 % de los encuestados coincidió en que sí hay corrupción en el gobierno de López Obrador, y sólo 25% respondió que no. Y, en ese mismo registro, en 2023 Ana Guevara ocupó el deshonroso primer lugar en el índice de corrupción con 63.9%; sí, superó a personajes tan consolidados como Manuel Bartlett, quien alcanzó el segundo sitio con 57.4%. Ciertamente, obtuvo la medalla de oro –como la política más corrupta-; aunque, en eso de la corrupción actual, hay polémica porque en el oficialismo existen personajes que también merecerían estar en ese medallero.

En estos juegos se repitió la historia de falta de apoyo a deportistas, así como la pésima relación de Guevara con atletas a quienes trata como enemigos.

Y todo esto con su sello tan característico que la ha llevado a ser una funcionaria pública inconfundible, pero por su penosa imagen.

Ante las críticas por sus gastos –considerados excesivos-, desde una tribuna oficial, puntualizó: “entre más me chingan, más me crezco; todo lo que gano me lo trago y me lo unto y me lo visto como de da mi chingada gana”. Junto a su mentor, anuncia medallas que no obtuvo -son consecuencia, sobre todo, del esfuerzo individual y no institucional-; y se dedica a repartir acusaciones.

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