La faramalla de foros y espacios de discusión sobre la reforma judicial no evitan que el dedo presidencial quede al descubierto mientras mueven el atole judicial, pues la imposición avanza y la demagogia también.

Destaca la incoherencia de algunos de sus personeros que, ya sea por salvar el pellejo —y permanecer en la impunidad bajo el amparo del poder—; y/o acomodarse con el nuevo gobierno, muestran escandalosas contradicciones.

Y aquí, nuevamente, el exministro Arturo Zaldívar Lelo de Larrea ocupa un lugar preferente, pero no sólo por sus servicios al Ejecutivo en detrimento de la autonomía del Poder Judicial, sino por sus propias declaraciones que le restan seriedad y autoridad moral, esa que presumen como característica que los distingue.

En agosto de 2018, John Ackerman entrevistó a Zaldívar, y este morenista expresó: “Yo creo que eso (la elección popular de los ministros) desnaturaliza por completo. Los jueces constitucionales es un cargo técnico que tiene que estar designado o nombrado a través de un proceso técnico, a través de perfiles adecuados. Y cuando se han hecho nombramientos que no son los más adecuados no es por la forma de nombramiento, es por quiénes intervienen en él. Hay que ver dónde está el problema porque, si no, me parece que el más popular o el más simpático, o el que logra generar más empatía con la ciudadanía no es necesariamente el mejor ministro o juez, porque recuerda: en muchas ocasiones los jueces tenemos que ser impopulares. Mucho de lo que nosotros hacemos es contra mayoritario porque es defender los derechos de las minorías, incluso frente a las mayorías. Esto, me parece que, si fuera por elección popular, se desnaturaliza la función del juez constitucional”.

Pero resulta que el Zaldívar de entonces, pues no se parece al Zaldívar actual.

Ahora ya no parece incomodarle la elección ni que se desnaturalice la función de juez constitucional; ni que se responda a un proceso técnico idóneo, a “través de perfiles adecuados”; o que haya nombramientos erróneos. No, ahora, como incuestionable revelacion, defiende la reforma de López Obrador y Sheinbaum, y considera que puede ser “una apuesta a la sabiduría del pueblo de México. Yo creo —asegura—que es una apuesta diferente, interesante, que puede ser arriesgada, pero que quizás valga la pena correr” (sic).

Con su ferviente proselitismo lopezobradorista, intenta justificar su entreguismo, además de sus tropiezos y fracasos —como el de su mal lograda reforma judicial de 2021—; además de encabezar la campaña contra la presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Norma Piña; y sostener: “No tengo nada de qué avergonzarme” (sic).

A su encomienda se ha sumado la desprestigiada y protegida ministra oficialista Jasmín Esquivel Mossa —famosa por las acusaciones de plagio en su contra— y por ser esposa de José María Riobóo, quien ha sido contratista y consultor de López Obrador.

Así la pretendida autoridad moral de quienes ahora dicen buscar justicia, y se han convertido en referentes de maniobras para la nueva reforma judicial.

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