El impune comportamiento político-electoral del presidente Andrés Manuel López Obrador, usando recursos públicos desde Las Mañaneras para favorecer a sus candidatos y a su partido, niega el principio institucional de imparcialidad de los servidores públicos, al que está obligado, y la equidad de las próximas elecciones.
No se puede hablar de piso parejo cuando López Obrador se dedica a descalificar a precandidatos y estrategias de cualquier partido que no sea el suyo, a la vez que se da baños de bondad y purifica a cualquiera de su bando, por más indefendible que aparezca. Sobre todo, ahora que ha recibido diversos reveses por sus tretas ilegales, por parte de la Suprema Corte.
Aún más, en las elecciones como en ciertas fiestas, pretende ser la quinceañera, el chambelán, el padrino, el cantante, el que toca la guitarra, el papá de la festejada, la hermana que se queja, el compadre, la mamá que llora y demás personajes. Todo en uno.
Por eso, pretende dirigir las próximas elecciones operando en distintos niveles.
Define la línea de su partido-gobierno lo mismo en declaraciones públicas que en reuniones privadas donde a veces invita a legisladores o gobernadores. Así, adelanta señales, que luego se formalizan en los órganos de Morena.
También guía el comportamiento de las llamadas “corcholatas”. No es casual que la mayoría de estos aspirantes luchen por ver quién se parece más al tabasqueño, además de ofrecerle tributo de diversas maneras, algunas de ellas verdaderamente ridículas.
Todo ello dentro de un gran teatro propagandístico donde, a pesar de ser El Gran Elector, pretende aparecer como un demócrata por haber renunciado –según él- a la posibilidad de nombrar a su sucesora. Perdón, sucesor. Y cuidado con quien se atreva a dudar de su simulación de cuarta.
Como si fuera el árbitro, interviene y despotrica contra cualquier competidor dejando olvidada y maltrecha la investidura presidencial que le exige neutralidad y respeto. Pero como él cree estar por encima de las leyes, las instituciones y la democracia, pues no le importa demasiado debido a que sus acciones quedan impunes. Sin castigo alguno.
Considerando lo que va del sexenio, ya es difícil que actúe como presidente de todos los mexicanos y no como líder partidista. Pero, seguramente nos convendría que rectificara sus políticas fracasadas en materia de seguridad, salud, deporte, estado de derecho y transparencia, entre otras muchas, en lugar de inventar pretextos, culpar al pasado e imaginar complots que sólo buscan ocultar su ineficiencia que derrumban sus sueños de grandeza.
El lopezobradorismo pretende imponer con propaganda lo que no logra en la realidad y lo hace repitiendo –y en algunos casos superando-, muchas de las maniobras que criticaban desde la oposición. Lo hace desde una narrativa falsa y convenenciera, imitando a su líder que está en campaña por su partido, más allá de la verdad, la ley y la democracia. Impune, pues.