El presidente de Estados Unidos (EU), Donald Trump, tomó una decisión muy agresiva en materia comercial. Hace semanas sentenció que impondría aranceles a México, Canadá y China. Ayer, 1 de febrero, su amenaza habría tomado forma, comenzando una nueva era en la relación comercial de América del Norte. Sin embargo, no se materializó. ¿Qué implicaciones tiene este escenario?

Durante la campaña presidencial del año pasado, Trump condenó la forma en la que el gobierno de Joe Biden conducía la política comercial del país, aseverando que los principales socios comerciales estadounidenses se comportaban de manera abusiva y desleal. Tras su victoria en las urnas en noviembre, indicó que una de sus primeras acciones como presidente sería la imposición de aranceles a México, Canadá y China.

Aranceles del 25% serían impuestos a México y Canadá como medida coercitiva para que empujar a ambos países a conducir acciones para aminorar la migración ilegal hacia EU; mientras que para China se colocaría un 10% como acto punitivo por no hacer lo suficiente, según Washington, en favor a la reducción de fentanilo hacia Norteamérica. No son medidas menores, ni para los estadounidenses ni para los demás gobiernos involucrados.

No obstante, ayer se esperaba que la Casa Blanca anunciara el inicio de estos aranceles, pero, en cambio, se limitó a informar que su vigencia empezaría el 18 de febrero, implícitamente, dando 17 días para que la Ciudad de México, Ottawa y Pekín negocien con Washington y giren instrucciones en sus respectivos territorios para atender las demandas del intrépido mandatario estadounidense, si es que fuera el caso.

Para China, aranceles del 10% no significan mucho, a pesar de que son los EUA quienes se los impondrían, sobre todo considerando el tamaño de la economía del gigante asiático y la enorme cantidad y profundidad de relaciones comerciales que tiene con decenas de países alrededor del mundo. Diplomáticamente quizá lo sea, pero en la praxis del comercio, no parece que sea prioritario este tema para la administración de Xi Jinping.

Un caso contrario aplica para México y Canadá. Junto con EU, estos tres países sostienen un acuerdo de libre comercio que los ha integrado profundamente desde hace más de tres décadas. Hoy es difícil pensar un comercio mexicano y canadiense sin, o al menos con severas trabas del estadounidense. Por ende, los aranceles que ha decidido aplazar Trump son absurdos e incluso serían contraproducentes para la misma población de su país, puesto que en muchos casos las personas seguirían adquiriendo los mismos artículos de producción extranjera, absorbiendo en su precio el impuesto que su presidente decidió imponer.

En cualquier caso, la presidenta Claudia Sheinbaum dice tener varios planes de acción ante los aranceles de Trump; mismo caso con el primer ministro Justin Trudeau. Pero más allá de las demandas del mandatario estadounidense, para México y Canadá valdría mucho la pena que consideren sus acciones y relación que tendrían el siguiente cuatrienio con Washington. El republicano continuará amenazando de la misma manera, entonces diseñar una estrategia en conjunto para presionar o responder a sus exigencias quizá sea un buen comienzo para sobrellevar la relación diplomática con el vecino común.

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