La noticia del momento en México es clara y tiene nombre: Teuchitlán. Desde el primer día en los noticiarios y diarios impresos y en línea, la información de este lugar en el estado de Jalisco sembró desesperanza en la población y crisis en la administración federal. ¿Qué significa este caso para toda una nación que ha sido sumergida por décadas en el terror del crimen organizado y la complacencia de los gobiernos del país?
Las historias de Teuchitlán se han divulgado con rapidez luego de que se conociera el uso que se hacía de ese espacio. Un campo de adiestramiento empleado por grupos narcotraficantes para jóvenes es el común denominador en los medios de comunicación para referirse al terreno bardeado en cuyo portón negro se lee la leyenda “Rancho Izaguirre”. Dentro, de acuerdo con los reportes, decenas de pares de zapatos, ropa, accesorios y múltiples restos óseos fueron encontrados por ciudadanos que decidieron irrumpir en el recinto y comprobar por motu proprio el misterio que albergaba la parcela abandonada.
Muchos pobladores de las áreas aledañas declararon que alguna vez el “Rancho Izaguirre” llegó a presentar mucho movimiento, recurrentemente llegaban personas y se notaba una actividad sospechosa, cuanto menos.
Hoy la información que se maneja del espacio es tétrica y acongoja a toda una nación que, consciente de la situación de inseguridad del país y de las peripecias y obstáculos que madres buscadoras afrontan al buscar a sus hijas e hijos desparecidos, está sedienta de justicia e inundada en el hartazgo cotidiano de la constante violencia en el territorio nacional.
¿Por qué tuvo que ser así? ¿Por qué fueron integrantes de la sociedad civil, y no las autoridades gubernamentales estatales o federales, quienes al final – de manera oficial –irrumpieron en el “Rancho Izaguirre” encontrando el horror ya descrito? ¿Por qué nadie dio la cara antes de lo que estaba sucediendo en ese terreno empleado para el entrenamiento y la muerte de incontables jóvenes? Todo parece como un episodio más en la historia de nuestro país en la que los gobiernos fallan y prestan atención a los eventos sólo a partir de que la gente comienza a saberlos con mayor profundidad.
¿Qué hacer ante tal situación? Resulta inverosímil que el gobierno no haya tenido conocimiento del caso antes y eso es preocupante para la sociedad en general, puesto que significa que quienes nos han de rendir cuentas, no lo hacen. Ello obliga a que como sociedad pongamos más presión a nuestros representantes para exigir la transparencia y la información necesarias, y, de la misma manera, condenar y exigir el reparo cuando no se procede de tal forma.
Pero también resulta inquietante sobre todo para las personas que están sumergidas en los estragos del crimen organizado. Ciudadanos quienes perdieron un familiar a causa de las actividades delictivas, o madres buscadoras que mantienen la esperanza de encontrar a su hijo o hija, son parte de la población a quien particularmente más le duele e indigna casos como el de Teuchitlán y por ello merecen una respuesta válida por parte del gobierno.
Por ahora, la inconformidad de la población mexicana es clara y eso obliga a que nuestras y nuestros representantes le den una mayor seriedad al asunto, como se debe. Ahora veremos qué tan relevante fue este episodio para el gobierno en turno y si la narrativa empata con los hechos.
Historiador e internacionalista
@NielsRosasV (X)