Hoy, a 1 de septiembre, nos encontramos a sólo un mes del inicio de una nueva administración presidencial. Por ende, en este momento de cierre es conveniente reflexionar en torno a lo que dio a México el sexenio de Andrés Manuel López Obrador. ¿Cómo se puede observar el periodo del tabasqueño?
Cuando López Obrador llegó al poder en 2018, lo hizo con una legitimidad y apoyo impresionantes, no vistos en mucho tiempo. La cascada de votos favoreciéndolo le permitió destronar a los partidos longevos de la mayor plataforma de toma de decisiones en el país. Con promesas de cambio y una narrativa poderosa, fue el candidato preferido por el electorado mexicano.
En este contexto se inserta el inicio de la primera administración presidencial morenista, un hito para la política mexicana, que vio la instauración de un gobierno declarado de izquierda en el país, meta que muchas personas habían perseguido por décadas en la época moderna en México, y que por fin se consiguió el 1 de diciembre de 2018. El cambio se podía hasta palpar con las promesas y discursos del mandatario de Morena, sólo era cuestión de trámite para en verdad conocer esas modificaciones que tanto se repitieron en los mítines y presentaciones de López Obrador.
No obstante, lejos de haber sido el verdadero cambio, el gobierno de López Obrador repitió muchas de las prácticas de quienes reprochó y condenó repetidamente años atrás. Hay, quizá, tres situaciones evidentes que relatan una historia diferente a lo que el mandatario prometió en su momento. Una de ellas es la apertura de todas las voces, sin duda, fue una de las grandes ausencias en su administración. Apreciamos cómo en las conferencias matutinas minimizaba y desestimaba las opiniones o los momentos en los que periodistas increpaban sus decisiones. Lo mismo se observó con actores políticos, académicos o mismos integrantes de la sociedad civil, a quienes se limitó a denominar “aspiracionistas”.
Otra delicada y ciertamente garrafal fue su toma de decisiones con respecto a las fuerzas militares. Criticó de manera severa a sus antecesores por la guerra contra el narcotráfico. De hecho, uno de sus estandartes fue el regreso de la milicia a los cuarteles y disminuir la militarización del país. Sin embargo, no sólo los soldados se mantuvieron en las calles, sino que adquirieron más y más poder al recibir encargos y responsabilidades que correspondían al mando civil. Asimismo, encubrió al Ejército en las investigaciones por los atentados de los 43 normalistas de Ayotzinapa, traicionando a las familias de los estudiantes desaparecidos.
Por si fuera poco, una tercera situación que evidentemente ilustra lo diferente que fue el discurso de la práctica en el gobierno de López Obrador, fue su combate a la corrupción. El punto medular de su campaña política fue sólo una artimaña para endulzar oídos y garantizar sufragios el día de la votación. De esto hay múltiples ejemplos, incluso dentro del mismo partido que encabeza. En los días finales de su administración, sería responsable que el mandatario reconociera sus fallos e inconsistencias como buen líder que se dice ser.