Fernando Escalante Gonzalbo publicó en 2015 la Historia mínima del neoliberalismo”, obra donde describe el origen y evolución de una corriente ideológica que surge en 1947 como “un programa intelectual […] un conjunto de ideas cuya trama básica es compartida por economistas, filósofos, sociólogos, juristas […] los identifica el propósito de restaurar el liberalismo, amenazado por las tendencias colectivistas del siglo veinte”. Sin embargo, es también un programa político sumamente ambicioso, que ofrece no sólo planteamientos en materia económica sino, también, de educación, servicios médicos, administración pública, desarrollo tecnológico, derecho y política, entre otros.

Siguiendo a Escalante, el neoliberalismo se basa en tres planteamientos centrales: 1) una crítica al liberalismo clásico afirmando que el mercado no es un hecho natural sino debe ser apuntalado por el Estado por lo que “no pretende eliminar al Estado, ni reducirlo a su mínima expresión, sino transformarlo, de modo que sirva para sostener y expandir la lógica de mercado”; 2) el mercado es un mecanismo —el mejor, de acuerdo con sus creadores— para procesar la información; permite “que cada persona organice su vida en todos los terrenos de acuerdo con su propio juicio, sus valores, su idea de lo que es bueno. El mercado es la expresión material, concreta, de la libertad. No hay otra posible” y; 3) se basa en “la superioridad técnica, moral, lógica de lo privado sobre lo ‘publico’” partiendo de que lo público es poco eficiente y, propenso a la corrupción.

A casi cinco décadas de que las ideas del neoliberalismo empezaran a permear en México resultan evidentes muchos de los efectos perniciosos que ha generado; sin embargo, a pesar del empeño presidencial por comprobarlo, no es la causa de todos los males. El neoliberalismo se ha convertido en el enemigo favorito del presidente López Obrador, pero también, en su principal aliado. Ambos proyectos buscan imponer una visión única del mundo, dogmática y maniquea. Ambos se valen de los mismos mecanismos de difusión, de lo que Hayek llamaba “vendedores de ideas de segunda mano”. Para Hayek, resultaba crucial para la expansión del proyecto reclutar a quienes habitualmente se encargan de formar la opinión —periodistas, locutores, intelectuales, políticos, agitadores, entre otros— para que difundieran un sistema de ideas sencillo, asequible para cualquiera, que permitiera explicarlo todo.

Es la misma lógica que utiliza López Obrador al simplificar la realidad hasta llevarla a su mínima expresión y ubicar todo lo que entra en contradicción con su proyecto como malo, corrupto… o neoliberal. Para el Presidente es perverso todo aquello que le molesta, le incomoda o simplemente no entiende. Es en esa categoría en la que ha ubicado, en días recientes, al feminismo, el ecologismo y la lucha por los derechos humanos.

Afirmar que estos “nuevos derechos” fueron “creados o promovidos” por el neoliberalismo no sólo muestra una profunda ignorancia y un enorme desprecio por la verdad, sino su más evidente prejuicio: todas las cosas son —y deben ser— como su afán autor

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