En el mundo del rock, el tipo ideal weberiano de baterista es salvaje, incontenible, es el Ello freudiano que con sus pulsiones pasionales desde el fondo del escenario marca a golpes perfectamente sincronizados el ritmo de la banda. “Animal”, el personaje de los Muppets sería el ejemplo ideal de baterista.

Keith Moon de los Who es el salvajismo encarnado, pero nadie como John Bonham, de Led Zeppelin, ejemplifica la resistencia que debe tener quien se encarga de aporrear los tambores, pues hizo de un solo de batería una de las canciones más memorables y en el nombre muestra la inmensidad del poderío de los qué están solos al fondo del escenario: Moby Dick.

El baterista, al igual que el portero en un equipo de futbol, es el solitario de la banda; mientras los demás se mueven en el escenario y están en contacto con el auditorio; en el fondo, como un atlas, el baterista tiene que cargar con el peso de que la banda no pierda el ritmo y mantenerla alerta.

A veces, los bateristas para curar su soledad, al igual que un portero que sale a rematar a gol o que intenta driblar a un delantero, se animan a cantar para que los fanáticos sepan que no es un robot y que es humano con voz propia. Otros, más atrevidos, al estilo Jorge Campos, deciden romper con la soledad y montan un sistema en el que la batería se mueve por el escenario y pueden tocar incluso desafiando a la gravedad… bueno, solo Tommy Lee de Mötley Crüe lo puede hacer sin perder el ritmo al tocar Wild Side. O claro, también pueden ser como Dave Grohl, que de baterista de Nirvana pasó a vocalista de Foo Fighters, todo para curarse de la soledad de ser baterista.

Por ello, el que alguien que era la serenidad personificada en las baquetas, con una elegancia digna de un dandi, sin perder la ecuanimidad en el bombo y platillos, además de la paciencia de un santo para soportar las fanfarronerías de Mick Jagger y las parrandas de Keith Richards, lo convierte en el baterista más improbable que hubiera podido tener la banda más legendaria del rock and roll: Los Rolling Stones.

Él quería tocar jazz y ser baterista de un ensamble de Miles Davis a la par que se imaginaba como un Charlie Parker británico pero los hados del destino, que se portan como piedras que ruedan, lo arrojaron con un tal Mick Jagger, un piratesco Keith Richards y un indómito Brian Jones y terminó tocando un blues elemental, que con sus baquetas metamorfoseó todas las formas que adopta el rock and roll, desde el pop barroco hasta el rescate emocional de la música disco.

Se llamaba Charles Roberts Watts, pero en su casa le decían Charlie Boy. Su familia del rock and roll le llamaba simple y respetuosamente Charlie Watts.

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