Hasta hace un año, la Corcholata más famosa de México era el personaje que había interpretado Carmen Salinas, el cual, si no estaba pegado a la botella, estaba tirado en el piso; sin embargo, tras el adelanto de la nominación de la candidatura presidencial por Morena, ahora se conoce a los aspirantes como corcholatas.
Fue el 5 de julio de 2021 cuando el propio presidente Andrés Manuel López Obrador en su rutinaria rueda de prensa sacó a colación los nombres de quienes pudieran sucederlo. Entonces, bajo fuerte presión mediática por los videos filtrados donde se veía a uno de sus hermanos recibir bolsas con dinero, en su típica fuga hacia adelante, AMLO decidió poner en agenda el tema de la sucesión presidencial, rompiendo así todos los protocolos que existían en el viejo sistema político mexicano.
Uno de los problemas de la política mexicana era el mecanismo de sucesión del poder presidencial dado que pocas veces había acuerdos y legitimidad emanados de ellos; así, Porfirio Díaz decidió evitarse ese problema reeligiéndose y la gran familia revolucionaria del siglo XX ideó el mecanismo del dedazo y el tapadismo, donde el presidente en turno escogía a su sucesor entre un selecto grupo de favoritos y solo lo revelaba ya al inicio del nuevo proceso electoral.
En el nuevo siglo, el mecanismo del dedazo y el tapado parecían condenados a la extinción, pero el presidente López Obrador, quien no olvidemos, fue formado en las reglas de la política priista, nos presenta el juego de las corcholatas que es como llamó a quienes considera sus favoritos para sucederlo en la silla presidencial.
Y así, tal y como lo hiciera Miguel de la Madrid con su famosa pasarela de precandidatos, esto ante la exigencia de apertura democrática en el PRI, ahora Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Adán Augusto López viajan por todo el país placeándose. Claro, también hay otros aspirantes que no son precisamente de las corcholatas del presidente como Ricardo Monreal y Gerardo Fernández Noroña.
Y para hacer más complicado el juego, cada semana el presidente agrega o quita una nueva corcholata, lo cual raya en lo ridículo.
Pero, lamentablemente, el presidente lo puede hacer porque carece de una oposición realmente efectiva y con un discurso sólido que lo pueda encarar. El discurso opositor se concentra más en el aspecto físico del hijo del presidente y que si Pablo Gómez cenó pato laqueado en el Hunan que en articular un proyecto distinto al de la autodenominada 4T.
Así, pasamos del juego del tapado al juego de las corcholatas y, aunque pareciera algo bueno que quien aspire a ser candidato lo haga público y sea transparente, al no haber una metodología clara de elección más que la sospechosa encuesta, parece que estamos ante una versión de siglo XXI del dedazo.