La semana pasada parafraseé el popular dicho, que desconozco si es de origen mexicano o estadunidense, que sentencia que alguien puede salirse del rancho, pero el rancho nunca se saldrá de él para ilustrar la situación de Santiago Nieto (quien está terriblemente endeudado, según afirmó) y afirmé que, en su caso, él se salió del PRI, pero el PRI nunca se salió de él.

Tras leer mi texto, un buen amigo me cuestionó que, siguiendo la lógica de mi afirmación, ¿actualmente, nos gobierna desde Palacio Nacional el PRI o un priista? 

En redes sociales, también surgieron un par de cuestionamientos en sentido similar, que bajo la lógica de mi argumento tendría que aplicarse para el hoy presidente Andrés Manuel López Obrador.

Para nadie es un secreto que Andrés Manuel López Obrador se formó en las bases priistas. Y en efecto, AMLO se salió del PRI desde 1988, pero el PRI no se ha salido de él.

En un artículo periodístico, el historiador Lorenzo Meyer dividió la historia del PRI a la manera en que seccionamos la historia prehispánica: en preclásico, clásico y postclásico. El primero abarcaría los años del PNR y PRM. El clásico iría desde el alemanismo hasta los 80, en donde se da la implantación del modelo neoliberal en la que de manera eufemística Carlos Salinas de Gortari denominó “liberalismo social”.

El hoy presidente se formó políticamente en lo que llamaríamos el PRI clásico, en los años que predominaba la sustitución de importaciones y el Estado de Bienestar, el cual fue desmantelado progresivamente desde Miguel de la Madrid.

Y esa formación se ve reflejado en la visión historicista que tiene el presidente López Obrador, la cual corresponde con la que el PRI fomentó en el siglo XX, donde el partidazo se decía heredero directo de las culturas indígenas y de los movimientos de Independencia, Reforma y Revolución. Hoy, AMLO fija esos tres últimos momentos históricos como las transformaciones y aspira que su presidencia sea la cuarta parte de esa interpretación histórica.

Es indudable que AMLO añora esa presidencia fuerte del PRI clásico, donde todos se anticipaban a la voluntad del presidente y por ello le es incómodo no sólo la división de poderes sino la existencia de organismos autónomos como el INE o el Inai.

Por cierto, uno de los momentos más bochornosos en política en los últimos años fue el que diputados de Morena le cantaran las mañanitas al Presidente desde el propio recinto legislativo, algo muy propio de la época clásica priista en donde se cultivaba el culto a la personalidad del presidente.

Sin embargo, por muchos rasgos priistas que aun tenga el Presidente es muy temerario decir que hemos regresado a la época priista y que vivimos un autoritarismo como el de Díaz Ordaz, como algunos comentócratas afirman, hay muchos diques de contención democráticos que se han construido en las últimas décadas que parecen fuertes por más que el pequeño priista que todos los políticos mexicanos llevan por dentro, frase genial del panista Carlos Castillo Peraza, intenten romper.

Periodista y sociólogo. 
Twitter: @viloja

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