A lo largo de la semana se suscitaron dos eventos que han mostrado la naturaleza de sus respectivos responsables. Se trata del tercer informe de gobierno, conducido por el presidente Andrés Manuel López Obrador, y de la reunión que tuvieron algunos senadores del Partido Acción Nacional (PAN) con Santiago Abascal, líder del partido español Vox. ¿Qué apuntes se pueden ofrecer al respecto?
Del tercer informe de gobierno de López Obrador se puede hablar mucho. Desde luego, la información presentada fue cuidadosamente seleccionada y maquillada para ofrecer un panorama que pudiera beneficiar al gobierno de la 4T. Es cierto que eso lo han hecho muchos gobiernos antes del actual. Sin embargo, la diferencia sustancial es que esos famosos “otros datos” del mandatario se presentan como reales, a pesar de que la evidencia es diametral, lo que impacta directamente con la parte medular de su compromiso al gobernar, que era decir la verdad.
Pero además de la evidente falla en este aspecto, lo que preocupa aún más es el número de falsedades emanadas por López Obrador durante el acto del informe de su tercer año de gobierno. Una gran parte de la población en el globo, incluida la de nuestro país, se quejaba de la muy frecuente serie de mentiras que ofrecía Donald Trump en sus intervenciones, pero en México existe una incapacidad para reconocer que su actual mandatario también miente y que lo hace sistemáticamente como una forma de gobernar.
Acerca del segundo evento, es decir, de la reunión de los senadores del PAN con Abascal, el resultado puede ser incluso más severo y contraproducente. Hay dos apuntes sustanciales que se pueden mencionar de tal acto. El primero es que, de acuerdo con la información del partido blanquiazul, su posición en el espectro ideológico es de derecha tradicional.
Es normal que los partidos políticos realicen alianzas —domésticas— e internacionales con otros de misma ideología. No obstante, lo que se presenció en México fue una coalición entre un partido de derecha (PAN) y otro de ultra o extrema derecha (Vox). Pertenecer al mismo lado del espectro político, aunque con diferente posición, no significa igualdad de ideas, sino un radicalismo de las mismas, además de una integración de otras que se alejan, en el caso en concreto, de la equidad y progresismo en la sociedad. La alianza habría tenido más sentido que fuese con otro partido de la posición ideológica equivalente, esto es, con el Partido Popular de España, por ejemplo.
Esto nos conduce al segundo apunte, es decir, la alianza puede hacernos interpretar que el partido blanquiazul abre la posibilidad de cambiar su naturaleza y desplazarse a lo más extremo de la derecha ideológica. Si es el caso, puede leerse como una estrategia para llevar la discusión y debate político en México a un entorno polarizado entre la “izquierda” que gobierna actualmente en el país y la extrema derecha, como sucede en varias sociedades del globo.
Lo anterior representa un problema mayúsculo, ya que en estos escenarios la mediación y diálogo entre las fuerzas políticas se entorpece y comienza a desaparecer para dar lugar a un combate, no entre rivales políticos, sino entre enemigos. Lamentable que pueda suceder en México ahora cuando más necesitamos del diálogo.
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