Atrapada en la corrupción, polarización, mentiras, engaños, contradicciones que envuelven a su autor y líder moral, AMLO, la 4T se ha convertido en la distopía política de la pura e inmaculada izquierda que terminó siendo peor que lo peor que existía.
Aun y cuando le restan 31 meses a esta administración, ya está al límite de sus capacidades. Lo que se pueda agregar, si procede (reformas eléctrica y del INE, incorporación de la Guardia Nacional al Ejército), será continuar su propia caída al debilitar más -o destruir-, a las instituciones que daban urdimbre al bienestar, democracia y seguridad del país.
Se ha evidenciado que uno ha sido el AMLO candidato y otro, muy distinto, el presidente; como si del día y la noche se tratara. Uno fue AMLO hasta el 1 de diciembre de 2018 y otro, muy diferente, a partir del día 2, cuando se le olvidó el discurso de los 18 años de campaña para dar paso a la confrontación, la mentira, el encubrimiento, la corrupción y la indiferencia ante los malos resultados de su gestión.
El candidato que ofreció acabar con la corrupción gubernamental, con meter a los presidentes a la cárcel; y que se convirtió en el presidente con más poder que ningún otro presidente en la historia moderna de México, el Superman de la política, es ahora víctima de su propio relato.
Atrapado en los escándalos de corrupción de su familia y de sus colaboradores, perdió la fuerza moral que lo llevó a la presidencia. De ser el acusador pasó a ser el protector y encubridor de aquello que más detestaba, la corrupción. Si la administración anterior se caracterizó por los escándalos, éste gobierno todos los días es noticia de lo mismo.
Abatido por la incongruencia, por el desengaño de sus partidarios, por los malos resultados de su gestión y por los escándalos de corrupción, el presidente se encuentra ante el dilema de recuperar su liderazgo y la fe ciudadana siendo congruente con lo que ofreció, lo cual implicaría meter a la cárcel a varios cercanos suyos; o seguir actuando como facción que requiere del poder político para lucrar con él.
Un día sí y otro también la prensa mexicana —hoy el único valladar contra el autoritarismo presidencial— evidencia la corrupción dentro de la 4T, lo que enfurece al presidente y lo lleva a atacar todos los días a los periodistas y medios de comunicación. Como si la información —hasta ahora no refutada— fuera invención suya, como si los malos resultados del gobierno (en seguridad, economía, corrupción) no existieran, cuando están a la vista de todos, menos la de él. Y pese a ser México el peor país para ejercer el periodismo, los periodistas no dejan de decir la verdad, aun a costa de la vida.
Que tan mal estaremos que según las crónicas políticas el presidente más corrupto de México, Enrique Peña Nieto, al que AMLO no pudo meter a la cárcel porque tiene en su poder videos sobre la corrupción de cercanos suyos, que pueden terminar de hundir a la 4T, regresa a México para apoyar (desde el grupo Atlacomulco) la campaña presidencial de Claudia Sheinbaum.
Y aunque todos advertimos que esto no es gratis, como gratis no es que Peña Nieto goce de impunidad, podemos advertir que este gobierno ya no da para más. El desafío para la oposición, además de ser buenos gobiernos, es desterrar la corrupción de sus filas. La ausencia de la ética y la moral en la vida política nacional nos daña a todos.
Misa de réquiem para la 4T y su “no somos iguales”, porque resultaron peores.
Periodista y maestro
en seguridad nacional