Un viejo dicho entre abogados estadounidenses dice que “la justicia es lo que el juez comió para desayunar” (justice is what the judge ate for breakfast, en su idioma original). Pero en el caso mexicano, y dado los recientes hechos del caso de Emilio Lozoya, no importó tanto el desayuno del juez como la cena del inculpado: un pato laqueado, que le costó agotarse su crédito como testigo colaborador y cenar desde la semana pasada en prisión.
Quince meses tuvo en sus manos Emilio Lozoya a la Fiscalía y la credibilidad en materia de combate a la corrupción del gobierno de López Obrador. Quince largos meses en donde se esperaban pruebas que como testigo colaborador pudiera aportar para detener inculpados de mayor jerarquía política. Quince meses y nada, puro fuego de artificio.
Sí, un video donde panistas salen recibiendo bolsadas de dinero en efectivo y en donde estaba involucrado un colaborador cercano del entonces gobernador Francisco Domínguez.
Lozoya, acusado de haber recibido millones de dólares en sobornos por parte de una constructora extranjera, finalmente tuvo que enfrentar su destino por haber jugado con fuego y creer que podía derrotar al poder político que quería ver tras las rejas a sus antiguos compinches. Esta mala lectura política lo condena a prisión cuando por quince meses la había evitado.
Aquí es donde entra otro debate, ¿qué no suponemos que el poder judicial no es político? Debemos comprender la construcción social del poder, ya que este dimana del pueblo, pero para su ejercicio lo dividimos en tres funciones: ejecutivo, legislativo y judicial.
El poder en cualquiera de sus tres funciones tiene una función política. El error es pensar que el poder judicial al no tener un origen popular directo no tiene una función política; pero ojo, sí tiene un origen popular indirecto, y la función del poder judicial también es política, no puede estar ajena a su entorno en que se desenvuelven los demás poderes e incluso chocar con ellos.
Lozoya jugó con fuego y no entendió que su momento político había pasado y que el tiempo que ganó para presentar pruebas e inculpar al resto de sus compinches podía aprovecharlo. Craso error, salir a cenar tranquilamente un pato fue un yerro político que ahora tiene consecuencias legales para él al perder los privilegios como testigo colaborador que tenía.
Tendrá todo un mes para entender ese proverbio norteamericano que la justicia es lo que el juez comió para desayunar y ver si entrega las pruebas que dice tener o cumplir con la omerta, la ley del silencio, y resignarse a cenar en frío por muchos años en prisión.