Hace cinco años, con 22 votos a favor y uno en contra, de manera sorpresiva la abogada Roxana de Jesús Ávalos fue electa como nueva presidenta de la Defensoría de los Derechos Humanos (DDH) pese a que había otros perfiles con más arraigo y conocimiento de la problemática en la materia en el estado como César Pérez Guzmán, a quien en un proceso anterior se le había negado la posibilidad de competir por rebasar el límite de edad impuesto, lo cual era evidentemente violatorio de sus derechos humanos.
¿A qué se debió que la eligieran los diputados? “A que no soy política. Imagínese si yo hubiese militado en un partido político, ¿cree que los otros me hubieran apoyado? No, yo no soy política. En ese sentido vuelvo a insistir, esta institución debe ser apolítica totalmente en el sentido de que su trabajo es proteger, velar, supervisar, cuidar, promover, capacitar, educar derechos humanos, y éstos son universales, no políticos”, declaró la titular de la DDH en una entrevista con el semanario Tribuna de Querétaro hace cinco años.
Y desde esa respuesta en un claro error de concepción y comprensión de lo que es lo político, se perfiló lo gris que iba a ser su gestión de un lustro al frente de la DDH.
¿Por qué? Porque la defensa de los Derechos Humanos es claramente un acto político y, por tanto, la institución no debe ser apolítica. El negarlo, equivale a desconocer la historia porque es importante subrayar que los derechos humanos, políticos, laborales, de género, nunca son un regalo de la autoridad o Estado en turno, sino que son triunfos de la sociedad al obligar a las autoridades a reconocerlos.
Por ello, una institución como la DDH no puede ser apolítica, tal y como la manejó conceptualmente la aún titular Roxana de Jesús Ávalos, quien, por fortuna, no se reelegirá.
Y su falta de comprensión de la actividad política de la DDH se vio reflejada en las torpes declaraciones de Ávalos, quien al más puro estilo AMLO, en 2018 declaró que la prensa era la responsable de dañar las instituciones al privilegiar el escándalo y no destacar lo positivo y que, por ello, su organismo tenía que trabajar el doble para que medio se viera su trabajo. Culpaba al mensajero de lo mal que hacía su trabajo.
La realidad es que nunca entendió ni la naturaleza de su cargo ni su relación con los demás actores políticos (y entre estos incluyo a los medios de comunicación, porque tampoco somos apolíticos ya que ejercer la libertad de expresión ya es, en sí, un acto político).
En próximos días, los diputados elegirán un nuevo o nueva titular de la Defensoría. Esperemos no se vuelvan a equivocar como hace cinco años.