“Los buenos somos más… en serio”, reza una imagen publicada en redes después del altercado del sábado en el estadio Corregidora. Aquello es solo una muestra de la enajenación que vive la ciudad de Querétaro ante sus problemas, tratando de aislarlos a un solo sector de la población; “no sabemos ni siquiera si quienes estaban ahí eran queretanos, ya somos muy pocos”, reza un comentario de la publicación. Siempre se pueden encontrar culpables: El futbol, la liga, los foráneos, los locales, el fanatismo, etc. Porque es más fácil buscar un culpable que afrontar la verdad.

Y la verdad es que Querétaro no es la ciudad que Gobierno y Turismo desean vender. Es una ciudad que ignora sus áreas de mejora, esperando que se solucionen solas, tal vez. Pero como decía Freud: “Las emociones que ocultamos no mueren, sino que regresan de maneras más desagradables”. Lo del sábado fue solo una muestra de eso. Pero ¿Cómo ha ignorado la ciudad sus problemas como para que las cosas llegaran a esto?

En primer lugar está la negligencia a nivel administrativo: un recinto con capacidad para 34 mil personas ¡protegido solo por 600 elementos! que ni siquiera alcanzaron para evacuar a las familias que se vieron atrapadas dentro de la pelea campal. Claro que la responsabilidad recae en los aficionados que obraron mal, pero si ascendemos aquella cadena encontraremos a las autoridades futbolísticas y estatales, que demostraron su total falta de interés poniendo tan poquísimos elementos que - como ya mencionamos - ni siquiera alcanzaron para evacuar.

Pero no seamos reduccionistas, algo más tiene que estar pasando para que se diera lo que vimos, algo más atrás que un simple partido de futbol: la violencia física, estructural y simbólica se vive desde muchos ámbitos en esta ciudad. Hoy la catástrofe sucedió en un estadio, pero ¿dónde sucederá mañana? 

Ahí entra la xenofobia, en segundo lugar , como un secreto a voces. Cifras del Consejo Estatal de Población (Coespo) mencionan que para 2020, 34 personas diarias llegaban de fuera para vivir en Querétaro. No obstante, 7 de cada 10 personas de la entidad eran queretanos de nacimiento. Resulta un fenómeno interesante cómo la narrativa popular sigue siendo que “ya casi no hay queretanos”, cuando los datos demuestran lo contrario.

Si tomásemos al estadio Corregidora como una muestra estadística, por lo menos 7 de cada 10 de los aficionados de la barra de Querétaro deberían de haber nacido en la entidad. Aquello tumba una narrativa que – a pesar de no estar bien sustentada – permanece vigente. No necesitamos explicarla, está implícita y México – como país migrante – la conoce.

“Que se vayan a Celaya” habría dicho célebremente Gerardo Vázquez Mellado, delegado de la Secretaría del Trabajo en 2013.

Esto no se dice con afán de echarle la culpa a alguien – como se dijo en un inicio - lo importante es pensar que esta situación está íntimamente conectada con lo sucedido en el Corregidora. Nos demuestra que como ciudad estamos incómodos con la otredad, llamémosla como queramos: el chilango, el equipo contrario, el que se ve y piensa diferente. Y nos demuestra que al foráneo que más queremos es el que viene de turista (A menos que traiga puesta la otra camiseta).

Mikel Arreola, presidente de la Liga MX ya anunció que a partir de ahora las barras visitantes ya no van a poder ir a los estadios. Debemos pensar profundamente en esto, después de todo ¿qué es la vida sin el otro?, ¿qué es una competencia sin rival?

Pero esta intolerancia a la otredad no solo afecta al aficionado, al deportista o al migrante. Tan solo basta con ver el conflicto entre policías y vendedores ambulantes, cuando estos fueron retirados del centro histórico en 2021. Uno de los centros históricos más hermosos del país pero ¿a qué costo?, ¿al del uso de la fuerza?, ¿en qué es eso diferente a lo que vimos el sábado? Y todo para que la ciudad se vea “bien”.

Mientras que en otras ciudades sus habitantes se apropian de sus calles para crear oferta cultural: mercados de discos, libros, bandas en vivo. La cultura (y más importante, la contracultura) en Querétaro se encuentra sin espacios y bastante regulada. Tenemos una ciudad que es increíblemente bella, pero inocua para quienes viven en ella.

En tercer lugar tenemos a la trata de personas. En 2017 la ONU catalogó a Querétaro como uno de los 15 estados con mayor incidencia en este delito. En ese mismo año la periodista y activista Lydia Cacho afirmó que la entidad forma parte de una ruta de trata a lo largo del país. Las autoridades estatales y locales negaron esta información. Tuvieron que pasar 3 años para que la Fiscalía General creara una unidad especializada en perseguir la trata de personas. Es curioso que aquello sucediera a partir de que en ese año también aumentaron los casos de violencia intrafamiliar en un 37.4%. El problema de ignorar nuestros problemas es que nos alcanzan en manada.

Y por último tenemos a la salud mental. Para 2020 Querétaro se colocó como la octava entidad con la tasa más alta de suicidios. El caso más impactante fue sin duda el de Los Arcos: un hombre que decidió acabar su vida en el lugar más emblemático de la capital, una muerte que representaba todo lo que estaba yendo mal en materia de bienestar psicológico en la entidad. Lo curioso fue que casi un mes antes se presentó un caso similar, por lo que era claro que había un problema y siempre se daba en el mismo lugar.

¿Cuál fue la solución del gobierno? Poner pinchos. Simple y llana arquitectura hostil, como diciendo “fuera locos, no son bienvenidos aquí”. Una solución que muestra exáctamente el nivel de interés que hay en solucionar estos tópicos desde arriba.

Entonces hay un montón de personas con problemas allá afuera, entre los que se encuentran los participantes de la pelea campal en el Corregidora. Porque está claro que quienes hicieron esto tienen problemas. No sabemos cómo ha sido su vida ni la violencia que han sufrido para aprender a ejercerla y disfrutarla. Porque – como todo – la violencia también se enseña. Por ello me parece iluso que digamos que nuestra sociedad no es así, cuando nosotros somos la sociedad.

Apéndice

¿Y por qué nadie hace nada?

Regresemos a nuestras estadísticas poblacionales. Una de las principales razones por las que las personas migran hacia Querétaro es por la seguridad, o como un escape de la inseguridad. Entonces está claro que lo que menos desean es verse involucrados en protestas, altercados o peleas (algo paradójico).

Y aquí es donde comienza la dinámica de poder. El mercado inmobiliario aumenta sus precios y el gobierno puede imponer medidas (como el reemplacamiento, por ejemplo), ya que saben que su estado es un destino atractivo para los migrantes, quienes buscando una nueva vida, estarán dispuestos a pagar el precio.

Asimismo, dentro de este grupo migrante no existe una identidad queretana cuando llegan. Por lo que de cierta forma son ajenos a los problemas que los rodean. Ellos vienen a trabajar, y el trabajo toma tiempo… ¿Y en qué trabajan los queretanos?

Para 2016, la industria automotriz representaba el 14% del PIB en Querétaro. A día de hoy es el 40%, una cifra considerable. Por ello, la industria que más empleos genera es la de las autopartes y su maquilación. No obstante, el 98% de las empresas son de inversión extranjera, por lo que muchas de ellas importan su cadena de mando hacia la entidad, con lo que los empleos que se crean son en la línea de ensamblaje.

Estos trabajos pueden llegar a ser bastante agotadores tanto física como mentalmente. Por lo que es normal que durante sus días libres, lo que menos quieran las personas sean protestar por los problemas de otros. Entonces salen, pero lo que se encuentran es una ciudad – como ya mencionamos – inocua. Una ciudad – sí, con gran patrimonio histórico – pero enfocada en el consumo. De este modo nos encontramos en una ciudad enfocada en trabajar y consumir y que además no tiene una cultura del bienestar psicológico…

¿Qué esperábamos?

Pero cuando se reportan personas heridas en tu estadio, la pregunta real es ¿Qué vamos a esperar?

Isaac Equihua es periodista,

egresado de la Universidad Autónoma de Querétaro

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