La noche del sábado impactó con enorme fuerza a México la muerte de Ifigenia Martínez, una figura central de la izquierda mexicana y fundadora del Partido de la Revolución Democrática. Fue una economista, académica y diplomática que rompió barreras de género en todos los espacios que llenó con su inteligencia y sensibilidad. Se convirtió en la primera directora de la Escuela Nacional de Economía y en la primera mexicana en obtener una maestría en Economía en Harvard. Fue también la primera mujer en ser electa al Senado por la Ciudad de México. Sin embargo, más que ser la primera, le importaba no ser la última. Siempre buscó abrir brecha para las demás.

Este 1 de octubre llegó a la Cámara de Diputados en silla de ruedas y con oxígeno. Eso no le permitió leer el espléndido discurso que tenía preparado para ese momento histórico. Lo reproduzco aquí con la intención de recordarla y de mantener vivas su inspiración y su congruencia.

“Hoy nos encontramos aquí, en este recinto solemne de la democracia mexicana, como testigos de un momento que marca un antes y un después en nuestra historia: la toma de protesta de la doctora Claudia Sheinbaum Pardo como la primera mujer Presidenta de México.

Su llegada a la Presidencia es la culminación de una lucha que hemos atravesado generaciones enteras de mujeres, quienes con valentía desafiamos los límites de nuestros tiempos.

Yo misma, que he recorrido tantas batallas por la democracia y la justicia, me siento profundamente honrada de presenciar este triunfo histórico. En 1969, formé parte de la Corriente Democrática de izquierda en México, una lucha que, junto a muchas y muchos, iniciamos con la firme convicción de que el cambio verdadero era posible.

Hoy, esas convicciones han rendido fruto. No solo tenemos una Presidenta, sino que se vislumbra un presente donde las mujeres participemos en condiciones de igualdad en la construcción de futuros posibles y deseables para nuestra patria. Ser parte de esta transmisión histórica del Poder Ejecutivo y entregar la banda presidencial a la primera presidenta es uno de los mayores honores de mi vida.

Agradezco profundamente la confianza de mis compañeras y compañeros legisladores para desempeñar este acto simbólico, que representa no solo un punto de inflexión en la historia, sino también el triunfo de nuestros valores: igualdad, justicia y democracia.

Hoy, las mujeres, junto a los hombres, estamos listas para continuar construyendo el país que soñamos. El de un México libre e igualitario. Un país donde el liderazgo femenino dejará de ser la excepción, para convertirse en norma.

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