Hoy marca el cierre de un ciclo en la historia política de México. Nos guste o no, estemos a favor o en contra, Andrés Manuel López Obrador es innegablemente el actor político más relevante del siglo XXI en nuestro país. Para entender su relevancia, es necesario mirar más allá de los últimos seis años y repasar su trayectoria política, que ha sido una lección de perseverancia y consistencia.
Desde su primera contienda electoral por la gubernatura de Tabasco en 1988, López Obrador se enfrentó a derrotas que habrían destruido las aspiraciones de muchos otros políticos. En 1994, volvió a perder frente a Roberto Madrazo, pero lejos de desaparecer, Andrés Manuel aprovechó esos momentos para consolidar una base de apoyo sólida y persistente, que sería la clave para su éxito futuro. En 1996, ascendió al liderazgo nacional del PRD, el partido de izquierda que comenzaba a ganar terreno en el panorama político mexicano.
Su verdadera plataforma llegó en el año 2000, cuando asumió la Jefatura de Gobierno del entonces Distrito Federal. Fue en ese puesto donde López Obrador tomó una decisión que marcaría su trayectoria: ser la voz de la oposición. No se trataba de colaborar con el presidente en turno, Vicente Fox, ni de construir un proyecto común. Su estrategia fue clara desde el inicio: confrontar. Día a día, construyó una narrativa de resistencia y defensa del pueblo, consolidándose como el mayor adversario del sistema político tradicional.
A lo largo de los años, López Obrador se mantuvo fiel a su estilo de oposición. En 2006, tras una de las elecciones más disputadas de la historia de México, sus seguidores aún sostienen que fue víctima de un fraude. En 2012, volvió a intentarlo, pero fue derrotado por Enrique Peña Nieto. En ese momento, muchos creyeron que su carrera política había llegado a su fin. Sin embargo, el político tabasqueño tenía otros planes.
El 2014 marcó el nacimiento de Morena, su propio movimiento político, y en tan solo cuatro años, conquistó la presidencia. Este hecho no solo consolidó su figura como el líder indiscutible de la izquierda, sino que también transformó el panorama político mexicano. Morena, un partido que ni siquiera existía unos años antes, logró ganar 23 de las 32 gubernaturas del país.
Sin embargo, el fenómeno López Obrador no se limita únicamente a sus triunfos electorales. Su habilidad para comunicarse con el pueblo mexicano, particularmente a través de las conferencias matutinas conocidas como las mañaneras, es uno de los aspectos que más definen su mandato. Con un total de 1,436 ruedas de prensa y más de 2,870 horas de transmisión, AMLO ha impuesto una hipercomunicación que no solo marcó la agenda política, sino que dejó a la oposición sin espacio para articular una narrativa propia.
Estas mañaneras, con su formato peculiar y su enfoque directo, polarizaron al país. Para algunos, fue una pérdida de tiempo, un escaparate innecesario donde se debió gobernar en lugar de hablar. Para otros, fue una ventana indispensable para que el presidente informara al pueblo sobre el estado del país. Lo que es innegable es que López Obrador rompió con el molde tradicional de la comunicación política en México.