Xóchitl Gálvez, tras su derrota en las elecciones presidenciales de 2024, ha decidido emprender la creación de un nuevo partido político, una iniciativa que, a primera vista, parece responder a un anhelo de renovación en la oposición mexicana. Sin embargo, esta decisión parece estar profundamente equivocada. En lugar de construir una alternativa sólida frente al régimen actual, Gálvez podría estar condenando a la oposición a una mayor división, a una fragmentación que beneficia únicamente al partido en el poder.
Para entender el alcance de este error, primero es necesario analizar el resultado de la elección que llevó a Gálvez a esta encrucijada. Existen dos interpretaciones principales sobre los votos que obtuvo. Por un lado, los partidos de la alianza Fuerza y Corazón por México sostienen que el caudal electoral de Gálvez provino del voto duro del PRI y el PAN, un electorado fiel que habría votado por cualquier candidato que representara la alianza. Según este análisis, Gálvez no sumó nada significativo por cuenta propia. Por otro lado, ella misma argumenta que fueron los partidos, con su reputación deteriorada y sus prácticas restrictivas, los que le impidieron atraer nuevos votantes. Aunque ambas versiones tienen matices de verdad, el panorama que se dibuja es claro: cualquier movimiento que fracture aun más a este bloque opositor será una catástrofe estratégica.
La historia reciente ofrece contundentes lecciones sobre las dificultades de crear un nuevo partido político en México. Felipe Calderón y Margarita Zavala, a pesar de haber sido una pareja presidencial con alta visibilidad, fracasaron en su intento de consolidar México Libre como una fuerza política nacional. Las razones de este fracaso también se dividen en dos narrativas: algunos señalan que el régimen de Morena maniobró para bloquear su registro, mientras que otros argumentan que el proyecto carecía de apoyo ciudadano suficiente debido al desgaste del liderazgo de Calderón. Independientemente de cuál sea la verdad, el caso demuestra lo complicado que es convertir una intención política en una realidad institucional.
Incluso organizaciones con bases sólidas y recursos amplios, como la Confederación Autónoma de Trabajadores y Empleados de México (CATEM), que ha intentado sin éxito establecer un partido político nacional, afín al regimen, con estructuras organizativas consolidadas, no ha logrado obtener su registro. ¿Qué posibilidades tiene el equipo de Gálvez de superar estos obstáculos? Más aun, ¿qué posibilidades tiene de construir una fuerza política que realmente sea capaz de competir con Morena en los próximos años?
El problema más grave, sin embargo, no es sólo la dificultad de crear un nuevo partido, sino el impacto que esto tendrá en la oposición. Al dividir recursos, liderazgos y votantes, este proyecto fragmenta aún más a un bloque que ya enfrenta enormes desafíos para presentarse como una alternativa viable.