El sonido de la lluvia golpeando los techos y las calles empapadas es un recordatorio poderoso de la naturaleza y su fuerza implacable. En Querétaro, hemos experimentado una intensa sequía en los últimos años, dejando al estado en una situación crítica, con niveles de agua en presas y ríos alarmantemente bajos, afectando la agricultura, el abastecimiento de agua potable y los ecosistemas.

Basta dar un recorrido por la representativa presa Constitución en San Juan del Rio para ver de frente la magnitud de la crisis, contemplando ese paisaje desolador, que hace apenas unos años era un gigante espejo de agua. Sin embargo, la llegada repentina y abundante de lluvias producto de la tormenta tropical Alberto, ha traído consigo nuevos desafíos, demostrando que el cambio climático es una realidad a la que debemos enfrentarnos con urgencia y preparación.

Las imágenes de ríos desbordados, calles inundadas y cultivos arruinados por el exceso de agua son una clara ilustración de cómo el clima extremo puede alterar nuestras vidas. La sequía prolongada no solo secó tierras y reservas de agua, sino que también dejó al descubierto la fragilidad de nuestras infraestructuras y sistemas de gestión del agua. Ahora, las lluvias torrenciales nos recuerdan que no estamos preparados para manejar los extremos climáticos que se están convirtiendo en la nueva normalidad.

El cambio climático no es un fenómeno futuro; es una realidad presente. Los patrones climáticos se están volviendo cada vez más erráticos, con sequías más intensas y prolongadas, seguidas de lluvias torrenciales que causan inundaciones y deslaves. Este ciclo de extremos no solo amenaza la producción de alimentos y el suministro de agua, sino que también pone en riesgo la vida y el bienestar de millones de personas. Querétaro, con su diversidad geográfica y climática, es especialmente vulnerable a estos cambios, y la situación reciente es un llamado de atención urgente para actuar.

Las lluvias que han llegado después de la sequía no son simplemente un alivio; son un recordatorio de la necesidad de estar preparados para lo inesperado. La gestión del agua en nuestro estado debe evolucionar para enfrentar los desafíos del cambio climático. Esto implica invertir en infraestructuras más resilientes, mejorar la eficiencia en el uso del agua y desarrollar sistemas de alerta temprana que puedan mitigar los impactos de los fenómenos climáticos extremos. Además, es crucial fomentar una cultura de conservación del agua, no solo en tiempos de escasez, sino también durante periodos de abundancia.

La educación y la concienciación juegan un papel fundamental en esta adaptación. La ciudadanía debe estar informada sobre los efectos del cambio climático y las medidas que se pueden tomar a nivel individual y comunitario para reducir su impacto. Desde la recolección de agua de lluvia hasta la implementación de prácticas agrícolas sostenibles, cada acción cuenta. Es responsabilidad de todos, desde el gobierno hasta cada ciudadano, trabajar juntos para construir un futuro más resiliente y sostenible.

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