Imaginen que estamos en una casa con goteras. Sabemos que el pronóstico anuncia una tormenta y que, si no hacemos algo, el agua terminará inundando todo. En lugar de reparar el techo o comprar cubetas para contener la lluvia, decidimos ahorrar dinero dejando que la naturaleza siga su curso.

Más tarde, cuando la tormenta llega, nos encontramos con el suelo empapado y los cuartos dañados, lamentándonos por no haber tomado medidas a tiempo. Suena absurdo, ¿verdad? Pues eso es exactamente lo que el gobierno de Morena hizo al decidir recortar el 12 de diciembre de 2024, el presupuesto destinado a la atención migratoria, a pesar de saber que Donald Trump había ganado las elecciones en Estados Unidos un mes atrás, el 6 de noviembre, y que sus amenazas sobre deportaciones masivas a partir del 20 de enero de 2025 no eran simples palabras al viento.

La política migratoria en México debería ser más que una prioridad, es una necesidad imperiosa. Estamos en medio del cruce de millones de vidas que buscan una oportunidad mejor en el norte, y en ese flujo, también recibimos a nuestros compatriotas deportados, expulsados de un sueño americano que nunca los quiso del todo.

En este contexto, las instituciones responsables, como el Instituto Nacional de Migración (INM) y la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar), son nuestro techo en medio de una tormenta migratoria que nunca afloja.

Sin embargo, en el presupuesto aprobado para 2025, la mayoría legislativa de Morena decidió reducir los recursos del INM en un 14% y los de la Comar en un 10%, justo cuando más los necesitaremos.

Es como si un capitán de barco, al enterarse de que se avecina una tormenta, decide despedir a la mitad de la tripulación. Sabemos lo que va a pasar: el barco, con menos capacidad de respuesta, se tambaleará al primer embate de las olas. Pero aquí estamos, en México, mirando al horizonte mientras el vecino del norte no solo advierte, sino que asegura que su tormenta migratoria llegará. Trump ya nos mostró de lo que es capaz durante su primer mandato, y sería ingenuo pensar que ahora será diferente. El hombre que convirtió en política pública la separación de niños migrantes en jaulas en 2018, no va a dudar en endurecer su postura nuevamente.

La reducción presupuestal no solo es irracional, es negligente. Mientras Estados Unidos fortalece sus políticas de deportación, el gobierno de Morena se anticipó debilitando las herramientas para gestionar ese retorno masivo. La lógica detrás de esta decisión es tan ilógica como vender tu paraguas porque no ha llovido en un par de días, ignorando que las nubes negras ya están en el horizonte.

Mientras eso sucedía, la presidenta Claudia Sheinbaum anunciaba reuniones con losgobernadores de los estados fronterizos para preparar estrategias frente a las posibles deportaciones masivas. Esto suena bien en el discurso, pero ¿de qué sirve coordinar acciones si ya has decidido reducir los recursos de las instituciones clave? Sin recursos adecuados, toda planificación se queda en buenas intenciones.

Lo más alarmante es que esta decisión no es fruto de la ignorancia. Morena sabía que la victoria de Trump traía consigo una política migratoria agresiva, sabían que el flujo migratorio hacia y desde México no disminuiría, y sabían que instituciones como el INM y la Comar operaban con recursos limitados. Pero optaron por recortarles el presupuesto, en un acto que solo puede describirse como un ejemplo de la política del avestruz: enterrar la cabeza en la tierra y fingir que el peligro no existe.

Esta decisión tiene consecuencias reales. Más allá de los números y los porcentajes, hablamos de vidas humanas. Hablamos de migrantes que necesitarán refugio, orientación, protección. Hablamos de mexicanos deportados que llegarán con una mano adelante y otra atrás, buscando reintegrarse a un país que les dará la espalda por falta de presupuesto. Hablamos de un sistema migratorio que, ya debilitado, enfrentará una crisis con menos recursos que nunca.

La política migratoria no puede ser tratada como un gasto opcional. Es una inversión en estabilidad, en humanidad, en el respeto a los derechos básicos de quienes cruzan nuestras fronteras o regresan a ellas. Recortar el presupuesto en este ámbito, justo cuando sabemos que la tormenta está por llegar, no solo es una muestra de miopía política, es un acto de irresponsabilidad que el tiempo se encargará de cobrarnos caro.

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