El domingo, México se llenó de verde, blanco y rojo. En cada rincón del país, las plazas principales se iluminaron, los fuegos artificiales pintaron el cielo y las voces de millones resonaron con un enérgico ¡Viva México! Pero no todos gritaron. En 33 municipios de 8 estados, el silencio fue el protagonista. ¿La razón? La inseguridad. La violencia les arrebató el derecho a celebrar la Independencia, a convivir en paz, y a disfrutar de un momento de esparcimiento familiar.
Este apagón del Grito es una muestra de la descomposición social que enfrenta nuestro país. Si bien no es la primera vez que la violencia altera la vida cotidiana, lo ocurrido este 15 de septiembre evidencia la gravedad de la situación. 33 municipios. 8 estados. Una cuarta parte del país. Casi la mitad de estos municipios, en estados gobernados por la 4T de Morena y sus aliados.
¿Cómo llegamos aquí? ¿Cómo permitimos que el crimen organizado y la violencia nos arrebataran una de nuestras festividades más emblemáticas? El Grito de Independencia no es solo un acto simbólico. Es una celebración de nuestra soberanía, nuestra libertad y nuestra identidad como mexicanos. Cancelar esta celebración es mucho más que posponer un evento cívico; es una señal de que el Estado ha perdido el control sobre territorios que ahora son dominados por el miedo.
Los números son alarmantes. En el Estado de México, tres municipios no pudieron celebrar el Grito. En San Luis Potosí, fueron dos. En Durango, la lista alcanzó a dos más. Nuevo León y Sinaloa, ambos con seis municipios afectados, también enfrentaron la misma situación. Chiapas, con doce municipios sin Grito, fue el estado más golpeado. Guanajuato y Michoacán, ambos focos rojos de violencia en los últimos años, también tuvieron que suspender sus festividades en al menos un municipio cada uno.
Pero lo más inquietante es que cinco de estos ocho estados están gobernados por la 4T, el movimiento encabezado por Morena. ¿No se supone que la transformación prometida traería paz y seguridad? Lo que vemos es todo lo contrario. En lugar de avanzar hacia una nación más segura, estamos retrocediendo, perdiendo territorios ante el crimen organizado.
El caso más emblemático de esta crisis se vivió en Sinaloa. El gobernador Rubén Rocha Moya tuvo que conmemorar la independencia en un acto cívico... sin pueblo. Un grito sin eco, en el que la figura del poder se escondió ante la amenaza de la violencia. No es solo simbólico, es trágico. Un reflejo de cómo el gobierno, que debería representar la fuerza y la protección del pueblo, se ve reducido a un acto de supervivencia política. ¿De qué sirve un Grito de Independencia sin el pueblo?
Es innegable que la violencia en México es un problema que ha trascendido administraciones. No podemos culpar exclusivamente a un solo gobierno por una situación tan compleja. Sin embargo, lo que es evidente es la falta de resultados de la Cuarta Transformación en materia de seguridad. La militarización, una de sus grandes apuestas, no ha dado los frutos esperados. En lugar de reducir la violencia, parece que la situación se ha descontrolado aún más.
El gobierno ha sido eficiente en controlar la narrativa mediática y en minimizar el impacto de incidentes a nivel nacional.