Aun mes de concluir el sexenio, la realidad de la salud pública en México es un espejo roto, lleno de promesas rotas y expectativas destruidas. Este gobierno se llenó la boca asegurando que tendríamos un sistema de salud “mejor que el de Dinamarca”, pero la realidad es que estamos hundidos en una crisis sanitaria que clama por atención urgente. De las 10 principales causas de muerte en México en el 2023, dadas a conocer por el Inegi a principios de agosto, seis requieren de hospitales de tercer nivel, donde deberían existir los equipos de última generación, los medicamentos más avanzados y los profesionales más especializados. Sin embargo, lo que tenemos es un sistema desmantelado, carente de recursos, y un país con condiciones de salud deplorables.

El cáncer, las enfermedades del corazón, las enfermedades del hígado y las enfermedades cerebrovasculares encabezan esta lista macabra. Todas requieren una infraestructura hospitalaria que esté a la altura de los retos que presentan. Estos padecimientos no se tratan con discursos vacíos ni con aspirinas; exigen tratamientos complejos, cirugías delicadas y seguimiento constante. Y aún así, bajo esta administración, los hospitales de tercer nivel han sido sistemáticamente ignorados y desmantelados. Los recursos que alguna vez estuvieron destinados a mejorar la atención médica especializada fueron recortados en nombre de una austeridad mal entendida que no ha hecho más que destrozar lo poco que funcionaba.

Hemos sido testigos de un espectáculo grotesco en el que el presidente y su equipo repiten, casi como un mantra, que el sistema de salud será de primera calidad. Pero la realidad es otra: miles de mexicanos han sido abandonados a su suerte en un sistema que no les ofrece ni lo básico. 6 de las 10 principales causas de muerte no esperan. Requieren atención inmediata y tratamientos continuos, no las largas listas de espera ni los trámites burocráticos interminables que se han convertido en la norma en los hospitales públicos.

La Cuarta Transformación llegó prometiendo justicia social, pero lo que entregaron fue un sistema de salud quebrado y un país donde la gente se muere esperando atención. El IMSS-Bienestar, que supuestamente iba a ser la gran solución, se ha convertido en una broma de mal gusto. El personal médico está sobrepasado, los insumos escasean y las instalaciones se caen a pedazos. No hay tecnología de punta ni especialistas de clase mundial, solo un mar de carencias que se traducen en vidas perdidas.

Y mientras tanto, ¿qué hizo el gobierno con el presupuesto destinado a salud? La realidad es escandalosa: se recortaron 60,000 millones de pesos que ya estaban aprobados, sumiendo al sistema en una crisis sin precedentes. ¿Dónde quedó ese dinero? Buena parte se fue a tapar los hoyos financieros de Pemex y a llenar los bolsillos de proyectos faraónicos que poco o nada tienen que ver con las necesidades reales de los mexicanos.

Este gobierno ha sido populista hasta el tuétano, vendiendo sueños imposibles mientras las clínicas rurales se quedan sin médicos y los hospitales de tercer nivel operan con tecnología obsoleta y falta de medicamentos.

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