El 9 de marzo, el Zócalo de la Ciudad de México se llenó una vez más de simpatizantes del oficialismo. La escena resultaba familiar: un mitin convocado al calor de una crisis, la promesa de unidad nacional y la imagen de un gobierno fuerte, respaldado por una multitud. Pero, más allá de las banderas ondeando y los discursos grandilocuentes, lo ocurrido en el Zócalo es un reflejo de cómo el gobierno de Claudia Sheinbaum, al igual que su predecesor, no pierde oportunidad de convertir cualquier situación en un ejercicio de movilización política.
El detonante de esta demostración fue la decisión de Donald Trump de imponer aranceles a productos mexicanos. Un golpe duro, sin duda, que el mismo Trump decidió posponer, otra vez, un mes más. Sin embargo, la respuesta del gobierno mexicano no se centró en una estrategia real para enfrentar la crisis comercial, sino en un acto político diseñado para fortalecer la figura presidencial. El mitin en el Zócalo no fue un acto de resistencia ni una demostración de soberanía, sino un espectáculo propagandístico que buscó capitalizar el miedo y la incertidumbre de la población en favor de Morena.
Es difícil no notar la similitud con la estrategia utilizada durante el sexenio de López Obrador. Cuando las cosas se complicaban, la solución era llenar el Zócalo, armar un discurso patriótico y reforzar la narrativa de que el gobierno es el único escudo del pueblo ante las amenazas externas. Sheinbaum ha heredado este manual al pie de la letra. Con un respaldo popular alto, pero también con un país sumido en problemas graves de inseguridad y economía, su prioridad pareciera ser mantener la movilización constante de sus bases, en lugar de proponer soluciones concretas.
México no necesitaba una asamblea de miles de personas ondeando banderas el 9 de marzo. Necesitaba liderazgo diplomático, estrategia comercial y negociaciones firmes con Estados Unidos. Pero en lugar de enviar un mensaje claro de autonomía y capacidad de respuesta, se optó por el teatro político. Se aprovechó la coyuntura para demostrar “músculo” partidista, para recordarle a propios y extraños que Morena sigue teniendo la capacidad de movilizar masas a conveniencia, incluso cuando el pretexto original ya había desaparecido. Porque, al final, los aranceles fueron pospuestos, pero el mitin se mantuvo.
Es inevitable preguntarse si este tipo de estrategias pueden sostenerse a largo plazo. La oposición puede criticar, pero la realidad es que este modelo ha sido efectivo para Morena. La gente acude, la narrativa se refuerza y la imagen de la presidenta se consolida. Sin embargo, también es cierto que el desgaste es inminente. No se puede gobernar eternamente a base de movilizaciones y discursos patrioteros. Tarde o temprano, la realidad alcanza a los gobiernos, y la falta de soluciones concretas se convierte en un lastre imposible de ignorar.
En tanto, Estados Unidos seguirá presionando. Trump, fiel a su estilo, ha convertido a México en su herramienta de campaña, evaluándonos constantemente y exigiendo resultados en temas de migración y seguridad.