La misma amenaza, la misma estrategia, el mismo México sometido.
Donald Trump es como una sombra que nunca desaparece del panorama político, un protagonista eterno de la agenda mediática internacional. Lo fue durante su primer mandato, lo fue en su exilio de redes sociales y lo sigue siendo ahora, en esta nueva versión de sí mismo, Trump 2.0, donde repite viejas estrategias con ligeros retoques. Y México, nuevamente, está en el centro de su tablero de juego.
El reciente anuncio sobre los aranceles que Trump pretendía imponer a productos mexicanos y la llamada que sostuvo con la presidenta Claudia Sheinbaum no fueron una sorpresa. Desde su primera administración, Trump ha demostrado ser un negociador que juega con la amenaza como su principal arma. Ayer fue el acero y el aluminio; hoy son los productos mexicanos en general. Ayer fue el muro de concreto que nunca se construyó; hoy es un muro de carne y hueso formado por la Guardia Nacional mexicana.
El modelo es el mismo: la presión arancelaria como mecanismo de coerción. En su primer mandato, Trump amenazó con aranceles si no desplegábamos fuerzas de seguridad para contener la migración. El resultado fue la Guardia Nacional apostada en nuestras fronteras, desviando recursos y personal que deberían estar cuidando a los ciudadanos de la creciente inseguridad interna. Ahora, con una amenaza de impuestos del 25% sobre las exportaciones mexicanas, Trump logra que Sheinbaum despliegue 10 mil elementos adicionales de la Guardia Nacional en la frontera norte. La pregunta es: ¿cuánto más cederemos en los próximos cuatro años?
Hay quienes celebran la negociación de Sheinbaum como un triunfo diplomático, pero el desenlace era predecible. Trump nunca tuvo la intención real de imponer los aranceles, al menos no en este momento. Como buen estratega, eleva la apuesta para luego retirarse con una concesión que ya tenía prevista. Lo hizo antes y lo volverá a hacer. La diferencia es que esta vez el tema del fentanilo ha entrado en la ecuación. Ahora no sólo exigirá un muro humano contra la migración, sino también un esfuerzo tangible en el combate al narcotráfico, particularmente en lo que respecta a la producción y tráfico de fentanilo.
Mientras tanto, el panorama en México es alarmante. La inseguridad en las carreteras sigue creciendo. La gente ya no se atreve a viajar de noche por el miedo a los asaltos, el robo de autotransporte y las extorsiones. La Guardia Nacional, creada con la promesa de recuperar la seguridad pública, se encuentra cada vez más lejos de las carreteras y las ciudades, ocupada en tareas que benefician más a Estados Unidos que a los mexicanos. La estrategia de seguridad nacional parece responder más a las exigencias de Washington que a las necesidades de nuestra población.
El problema de fondo es que, para Trump, México es sólo una herramienta en su narrativa. La migración, el tráfico de drogas y la relación comercial con nuestro país son temas que le garantizan atención. Cada vez que necesita demostrar fuerza, voltea hacia México, lanza una amenaza y espera una reacción. Y como ha quedado claro, el gobierno mexicano responde de inmediato.
Pero, ¿hasta dónde llegará esto? ¿Qué pasará cuando Trump exija 5 mil elementos más de la Guardia Nacional en un mes? ¿Y otros 3 mil en dos meses? ¿Qué sucederá cuando la presión aumente y el costo de la sumisión sea cada vez mayor? México no puede permitirse ser un simple peón en este juego. Necesitamos una estrategia de largo plazo, una política exterior firme que evite que la relación bilateral se base exclusivamente en amenazas y concesiones unilaterales.