Lo que Trump está haciendo en su regreso al poder, lo que firmó en sus primeras horas de gobierno, los aranceles que ya le puso a todo el mundo y lo que amenaza con hacer, ya nos está afectando. A ti, a mí, a la economía de todo el país.

El ejemplo más claro está en los aranceles. Suena técnico, pero es sencillo: son impuestos que se cobran a los productos que cruzan de un país a otro. Y cuando uno como Trump dice que va a subirlos, está encareciendo todo lo que viene de fuera, o que se arma con piezas de distintos países. Es decir: prácticamente todo. ¿Quieres comprarte un celular nuevo? Pues que sepas que ese teléfono, que quizá se diseñó en California, tiene su pantalla hecha en Corea del Sur, se ensambla en China, le ponen el chip en Vietnam y luego llega a México. Cada cruce lleva un nuevo impuesto. Y ese impuesto, evidentemente, no lo paga la empresa: lo paga el consumidor. Tú.

Algunas marcas ya calculan que el aumento en los precios podría llegar al 40%. Lo mismo pasa con los coches. Incluso los que se fabrican en México, como en Puebla, cruzan hasta seis veces la frontera para ensamblarse por completo. Hoy eso es libre, pero con estos aranceles espejo que ha impuesto Trump —tú me cobras, yo te cobro— cada cruce significará pagar un 12% extra. ¿Y quién lo paga? Otra vez, tú. Yo. Nosotros.

Y como si eso no fuera suficiente, la inversión extranjera se nos está cayendo. Las empresas no quieren venir a México si no tienen certeza de que podrán vender sus productos sin que les cobren impuestos prohibitivos. ¿Para qué instalarse aquí si eso encarece todo? Por eso Tesla detuvo su gigafábrica en Nuevo León. Por eso las marcas chinas de autos que veían a Querétaro como una posibilidad están pensándolo dos veces. Las inversiones están congeladas. Y cuando no hay inversión, no hay empleo.

En apenas unos meses se han perdido cerca de 45 mil empleos formales, muchos de ellos en el sector manufacturero. Recordemos que México vive, en gran parte, de exportar lo que produce. Y si eso deja de ser rentable, las empresas se van. O recortan personal. O cierran. En la crisis del 2008-2009, México perdió 700 mil empleos, 400 mil ligados a la manufactura. ¿Cuántos podremos perder ahora que parece se va a repetir esa historia?

Pero hay algo más preocupante. Y es que esta vez, a diferencia de hace cuatro años, Trump no está ladrando nomás: está mordiendo. En su primera semana firmó más de 300 órdenes ejecutivas. Su base lo aplaude, lo entiende, lo apoya. Porque ha logrado simplificar un problema complejo —el comercio internacional— en una frase efectiva: “Si ellos nos cobran, nosotros también”. Claro, no explica que eso termina dañando al propio consumidor estadounidense. Pero el populismo rara vez se preocupa por los matices.

¿Y nosotros qué? Nosotros, mientras tanto, dejamos de consumir. La confianza del consumidor se está desplomando. Ya nadie quiere cambiar su refri, sacar crédito para una casa o aventarse a comprar coche. ¿Y eso qué provoca? Que las empresas vendan menos. Si venden menos, recortan. Si recortan, hay menos empleos. Y si hay menos empleos, la economía se va a pique. Es un círculo vicioso que ya empezó a girar.

Se calcula que solo por estas decisiones de Trump, se han perdido en los mercados tres trillones de dólares. Dos veces el valor de toda la economía mexicana en un año. Y apenas vamos comenzando. Sí, México y Canadá han salido menos raspados que otros países como China. Sí, nuestras autoridades han logrado negociar con dignidad. Pero esto es apenas el principio.

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