Aparte de ser un gran escritor, Jorge Luis Borges también fue un docente esmerado. Esto muestra el libro editado por Martín Arias y Martín Hadis intitulado “Borges profesor. Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires” (2000, Argentina; Emecé). Grabadas en cinta magnetofónica por los propios estudiantes para aquellos que no podían asistir en el horario establecido, estas 25 clases fueran después transcritas quedando constancia del aprecio del autor por una cultura que admiró y un tema que conoció ampliamente: la literatura inglesa. “Sin darme cuenta me estuve preparando para este puesto toda mi vida”, expresó Borges al ser designado como docente universitario.
Las clases datan de 1966, aunque el escritor fue aceptado como catedrático de la UBA en 1956 a pesar de “no haber nunca obtenido un título universitario” (Arias y Hadis). Otros candidatos tenían más méritos por haber enviado “artículos, conferencias y demás logros”, pero esta universidad eligió atraer a un genio de las letras. “Ninguna obra como la de Borges para enseñarnos que, en materia de lengua literaria, nada está definitivamente hecho y dicho, sino siempre por hacer”, asienta Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura.
Hay consenso sobre el valor literario de Borges, pero su didáctica también es digna de reconocimiento. Gracias al esmerado trabajo de edición, investigación y corrección de Arias y Hardis, este libro muestra la erudición de un profesor profundamente humano y por lo tanto, sencillo. Y es que la erudición en Borges, constata Vargas Llosa, no es “nunca algo denso, académico”, sino “siempre algo insólito, brillante, entretenido, una aventura” desde donde los lectores salimos “sorprendidos y enriquecidos”. ¿Qué pedagogía actual sostendría que para saber y conocer hay que usar teorías cuyo lenguaje sólo lo entienden unos cuantos? Tengo la impresión que las y los escritores –sobretodo, los poetas– captan lo esencial de las cosas y logran transmitirlo con esa dirección, belleza y claridad que a muchos especialistas, investigadores y académicos nos está negada. Miremos este ejemplo: “Pampa. ¿Quién dio con la palabra pampa, con esa palabra infinita que es como un sonido y su eco?” reflexionaría Borges, dejándonos ver que un término es más que la simple composición de dos sílabas.
De acuerdo con Martín Arias, “más que calificar a los estudiantes”, lo que Borges buscaba era “entusiasmarlos”. No analizó los versos “más famosos de los autores ingleses”, sino los que más le impresionaron a él y fue particularmente crítico con ellos. Quizás, especula Arias, con ello quería quitarles esa “aureola sagrada y acercarlos al estudiante”. Esto puede ser cierto, pero también pienso que al haber sido formado dentro de la cultura británica, Borges ejercía invariablemente el ejercicio público del juicio crítico.
Las clases 13 y 14 del libro son particularmente útiles para saber cómo valorar las obras literarias. “[P]ersonalmente Wordworth fue un poeta superior a Samuel Taylor Coleridge”. Pero pensar en el primero, matiza Borges, es pensar en un caballero inglés de la época victoriana, mientras que pensar en el segundo es “pensar en un personaje de novela. Todo esto es interesante para el análisis crítico y para la imaginación”.
La crítica es la esencia de nuestro quehacer universitario y los que estudiaron con Borges deben recordarlo, así como los que seguimos leyéndolo. Con admiración recuerdo sus palabras al hacer el “examen de un soneto de Góngora”, el poeta del Siglo de Oro español: “No creo demasiado en las obras maestras”. Entre más “descontentadiza sea nuestra gustación”, más probable será escribir “páginas honrosas”. Borges profesor.
Investigador de la UAQ