Le cerraron la puerta de Palacio, y le abrieron (accidentalmente) la de la candidatura. Dicharachera, folclórica y ocurrente, había llegado a la política descubierta por headhunters, que la incrustaron en el gabinete de Vicente Fox. Aquel vaquero, que vendió coca-colas y que sacó al PRI de Los Pinos en el año 2000.

Bertha Xóchitl Gálvez Ruiz, de huipil y con una buena historia de esfuerzo que la llevó de vender gelatinas en su natal Tepatepec, Hidalgo, a convertirse es una exitosa empresaria en ingeniería para edificios inteligentes (High Tech Services), se convirtió en la esperanza de millones de mexicanos opositores al régimen de Andrés Manuel López Obrador.

Lo tenía casi todo. Una buena historia (de éxito) para vender. La clase media se ilusionó. Compró esa candidata echada para adelanta, bravucona y mal hablada. Sus orígenes otomíes cuadraban el perfil, para enfrentar un populismo que penetraba en la base de la pirámide; y que podría contrarrestar esa poderosa narrativa que salía de Palacio Nacional: Primero los pobres.

La arroparon instituciones ciudadanas, partidos políticos y ciudadanos clase medieros, que por acomodo social (que no ideológico, ni económico) se sienten agraviados porque un izquierdoso gobierne caprichosamente, y apriete sus privilegios.

Pero todo, le falló a todos.

Xóchitl en su entusiasmo inocente, se dobló ante los intereses de los partidos. No tomó ninguna decisión, sobre ninguna candidatura a lo largo del país. No impuso a nadie. No decidió nada.

Tampoco manejo el dinero de la campaña. No podía comprar una gorra o contratar un espectacular, sin el permiso del dirigente panista Marko Cortés.

Alito Moreno tenía más anuncios en televisión abierta y radio, que la propia candidata. Así le entró, y así fue perdiendo desde el primer día.

Los clasemediaros seguían soñando que levantaría. Nunca lo hizo. En tierra, rápidamente la golpeó la realidad. Había aceptado pactar con una mafia del poder, que le mintió y le mentía.

No tenía estructura en los estados, menos liderazgos. Eran los clásicos lidercillos que le hacían cuentas alegres, asegurándole millones de votos que “controlaban”. Les creyó todo. Se dejó hasta gritar por el panista Marko Cortés, cuando le reclamó su mala actuación en el primer debate.

A mitad de la campaña los asesores que le llevaron a la candidatura ya se habían bajado. Tomaron el control los encuestadores de Masive Caller y México Elije que le mentían a diario; y que la hicieron salir (el día de la elección) a gritar que había ganado, cuando sabían que había perdido.

Los tentáculos de los dirigentes ahogaron la inocente intención de Xóchitl, de que todo caminaría (milagrosamente) sobre terciopelo.

Hizo a los ciudadanos a un lado. No convenció ni al target que le sonreía en público y la crucificó en la urna.

Finalmente cerca de siete de cada 10 miembros de la clase media votaron por una Claudia Sheinbaum, que nunca dejó la delantera, y que cada día más carca de la elección, parecía más presidenta.

Sus asesores y Xóchitl (que nunca tomó el mando), pensaron que quitándole el huipil y vistiéndola de coctel, revertiría la tendencia implacable que le asestó una durísima derrota.

Xóchitl podría ser políticamente ingenua, pero tiene una vida ejemplar. No hay duda.

Tampoco la hay, de que Marko Cortés y Alito Moreno, hoy se sonríen (desde su pluri) enseñando los colmillos con la que se la comieron… completita.

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