El saludo.Querida “R.”: piensas bien cuando consideras que el tiempo es tu más sabio amigo; aquel que acompaña tu curva de aprendizaje en la vida y en los menesteres de “La Cosa Pública”. El tiempo da y quita, suma y resta, ordena y agita, mide y extiende, lo mismo mata que inmortaliza. No acepta definiciones únicas, pero tampoco ambigüedades; por ello es fundamental que aprendamos a reconocer nuestros tiempos en esta vida.

El mensaje.

Con el tiempo llegan los ciclos; algunos son más largos que otros, pero todos utilizan la misma “navaja" que corta por ambos lados: su inicio y su final.

Los ciclos de la vida y de la naturaleza; los globales y los locales; los colectivos y los individuales. El ciclo de cada una de las cuatro estaciones del año; de las distintas etapas de la vida; de las viejas y nuevas generaciones; de las añejas y renovadas instituciones; de anteriores y actuales representaciones; de los gobiernos salientes y de los entrantes.

Ese ciclo que, dentro de “La Cosa Pública”, algunos no saben reconocer y otros tantos se esmeran en extender. El mismo que suelen plantear en términos de cambio o continuidad, sin advertir que cada ciclo conlleva de facto una renovación, un relevo, nuevos tiempos y nuevos horizontes de toma de decisiones. El ciclo que se empeñan en calificar —“cumplimos”, “fue bueno”, “sentó bases”, “estamos mejor que antes”, “se avanzó”—, sin entender que el tiempo, la distancia y los propios ciudadanos serán sus mejores auditores.

Gobernantes, dirigentes partidistas y ciudadanos nos extraviamos —con y sin intención—; olvidamos que los ciclos no se ciñen a estilos de liderazgo, carismas, o maneras de gobernar, pues propiamente se sujetan a tiempos: los de unos terminan y los de otros comienzan —y así sucesivamente—.

Es importante que sepas que cada ciclo llegará con su propia historia; estamos ávidos de ellas. Algunas de esas historias emergerán producto de las acciones, otras serán contadas una y otra vez para generar narrativas poderosas —y con ellas, percepción—.

Sean de una u otra manera, los ciclos y sus historias nos ayudarán a organizar nuestra realidad, a redefinir nuestro papel en “La Cosa Pública” y nuestros sentimientos.

Lo más importante de cada ciclo es que nos recuerda, a unos y otros, que tenemos “fecha de caducidad” —alfa y omega—; y, más aun, que la justa medida de nuestra felicidad —y trascendencia— son los momentos, los cuales tenemos que aprender a vivir, reconocer y atesorar.

Bien lo dijo Paul Auster: “un hombre debe vivir el presente y ¿qué importa quién eras la semana pasada, si sabes quién eres hoy?”

La despedida

Querida “R.”: vive cada uno de tus ciclos a tu manera, siendo consciente de ellos y asimilando que ninguno será igual que otro. En ellos, literalmente te jugarás la vida —y la consumirás— construyendo tus propios momentos. Y recuérdalo: reconoce y participa en los ciclos de “La Cosa Pública”, para mejorarla.

La firma.

Tu amigo: “El Discursero”.

P.D. En espera de una próxima carta, deshazte del sobre amarillo.

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