El saludo
Querida “R.”: hay un valor impreso en nuestra memoria que nos permitimos olvidar con el paso de los años; un valor clave no solo para armonizar nuestra conducta, sino también para dotar de armonía y ponderación a “La Cosa Pública”. Me refiero al equilibrio.
El mensaje
La política, como la vida misma, es un acto de equilibrio. Un acto transitorio sobre el que actúan permanentemente fuerzas encontradas, compensándose o destruyéndose mutuamente, para estabilizarse.
Desde los primeros meses de vida, acudimos a su encuentro. Siendo bebés, despertamos una habilidad motora fundamental con la que desarrollamos estabilidad; como niños, vamos descubriendo la importancia del equilibrio natural entre el cuerpo y el espíritu; y acaso, leyendo a Platón, aprendemos a correr con dos “briosos caballos”: el placer y el deber, sin perderlo.
Es la propia experiencia de vida, con sus “pinceladas” de buenas y malas decisiones, la que forma nuestro juicio y moldea nuestro equilibrio existencial. Créeme: ni el equilibrio mental, ni el juicio recto, ni el trato justo con los demás son cosas que aprenderás en la escuela; tampoco citando leyes y mucho menos escuchando a nuestra clase política.
Sí, atendiendo la condición humana resultaría evidente para cualquier mente sensata manifestarse a favor de la existencia de contrapesos en “La Cosa Pública”, para equilibrarla. Pero la lógica de los poderes fácticos es muy distinta.
Hoy, como en muchos otros momentos de la historia, somos testigos de la lucha de fuerzas disímbolas y ocultas que no reconocen otredad.
La fuerza de quienes pretenden adueñarse de “La Cosa Pública” y de aquellos que se reúsan a soltar su control.
Las fuerzas que aprovechan y validan, según convenga a sus propias narrativas, las revelaciones de los testigos protegidos del “Tío Sam”.
Las fuerzas cuyo choque, esta misma semana, provocó un paro indefinido por parte de los trabajadores del Poder Judicial de la Federación; las mismas que llevan semanas discutiendo sobre la representación proporcional, en su lucha por la asignación de curules.
Fuerzas que se señalan unas a otras por traición a la Patria, interpretando las leyes a conveniencia, ignorándolas -“no me vengan con ese cuento de que la ley es la ley”- y recreando todo un “circo” cuyo verdadero dueño será aquel que mejor maneje los tiempos y los desequilibrios a su favor.
Ante esta intranscendencia política y falta de equilibrios, la ciudadanía activa es el único contrapeso.
Repitamos mil planas, con G.K. Chesterton: “siempre se ha creído que existe algo que se llama destino, pero siempre se ha creído también que hay otra cosa que se llama albedrío; lo que califica al hombre es el equilibrio de esa contradicción”.
La despedida
Querida “R.”: convierte la búsqueda de equilibrio, en tu premisa existencial. Y por más que cueste mantener el equilibrio en libertad, elígelo siempre sobre la tiranía.
La firma
Tu amigo: “El Discursero”.
P.D. En espera de una próxima carta, deshazte del sobre amarillo.