El saludo.
Querida “República”: tú lo sabes mejor que yo. “La Cosa Publica” tiene marcas muy difíciles de remover; huellas desfavorables con las que recorre, o más bien sortea, su vertiginoso camino.
Son signos de todas las formas y colores, viejos y nuevos, individuales y colectivos, cargados de desaprobación social. ¿Qué hacer con estas llagas?, ¿cómo borrarlas o disminuirlas?
El mensaje.
El estigma que acompaña a los actores políticos, es un fantasma configurado por una política excluyente y atroz; un espectro donde deambulan la ineficiencia, la corrupción y el conflicto de interés. Es también, y por contradictorio que suene, su arma predilecta: un cuerpo transferible con el que unos y otros —con honrosas excepciones— buscan manipular a sus seguidores y anular a sus adversarios políticos; confundiéndose entre sí, dinamitando la percepción y diluyendo el sentido de la política.
A tan solo unas semanas de que la Casa Blanca, y su habitante principal, afirmaran que las organizaciones mexicanas de narcotraficantes mantienen una “alianza intolerable” con el gobierno de México, catalogaron como organizaciones terroristas a cárteles de la droga mexicanos. Acciones con las que nuestro “vecino del norte” no solo está logrando reconfigurar la relación bilateral; sino que lo hace con “el sello de la casa”: colocando un estigma difícil de borrar.
Tal como lo hizo con su política antimigratoria, desde su primer periodo; con una retórica agresiva y, sobre todo, estigmatizante que retrata a los inmigrantes como una amenaza.
De este lado de la frontera, “ya nos han tocado ese disco”: el del castigo popular y difuso, que se antepone a una verdadera búsqueda de la justicia —menos aún, de la verdad—.
Estigma, fue el que acompañó durante muchos años al entonces candidato Andrés Manuel López Obrador: “un peligro para México”. Fue resultado de una guerra sucia, cimentada eficazmente en el miedo, para descarrilar a toda costa su proyecto político.
Estigma, y no castigo, fue también la brújula del expresidente López Obrador a lo largo de su sexenio. Ganar la narrativa; señalar y etiquetar adversarios; acusar y sentenciar a los “enemigos de México”; promover su desaprobación pública con criterios de máxima publicidad; y recorrer una y otra vez este camino, obstruyendo el de las instituciones de justicia. Configurando así un actuar lastimosamente popular, congruente y consistente.
La despedida.
Querida “R.”: ¿que queda de la política sin espacio para la verdad y los argumentos? Seamos capaces de ir más allá de vínculos emocionales, solo así removeremos estigmas y tendremos oportunidad —por mínima que sea— de sanar a “La Cosa Pública”.
La firma.
Tu amigo: “El Discursero”.
P.D. En espera de una próxima carta, deshazte del sobre amarillo.